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La semana pasada, desde Florida despegaba el cohete de la NASA bautizado con el nombre de Artemisa. Su destino, la Luna. Nos han dicho que es un vuelo sin tripulación que se moverá por la órbita lunar para otear el espacio y preparar el envío de futuras expediciones espaciales. Alguna de ellas, tripulada por humanos.

Artemisa es, para entendernos, el cohete avanzadilla. En él viajan tres maniquíes con forma de astronautas. Dos son femeninos y el tercero masculino. Y yo que pensaba que los maniquíes, como los ángeles, no tenían sexo. Pues va a ser que sí, que lo tienen. Estos maniquíes astronáuticos forman parte de los ensayos científicos. Son una prueba para futuros viajes tripulados por humanos de verdad. Porque éstos, los maniquíes, son humanos de mentira. De ahí que su misión sea orientar cooperativamente con los lunáticos, con las lunáticas y con todos los terrícolas que en múltiples ocasiones a lo largo del día suelen estar en la Luna.

A mí, lo que más me gusta es el nombre que han puesto a la misión: Artemisa, hija de Zeus y hermana gemela de Apolo, diosa de la mitología griega de la caza y a la vez de la virginidad. Así, mientras su hermano Helios, dios del Sol, fue identificado con Apolo, Selene fue identificada con Artemisa, diosa de la Luna. Es curioso este ejercicio de recurrir a las divinidades olímpicas de la antigüedad para identificar estas cosas que todavía a muchos nos parecen futuribles de ciencia ficción. El hecho es que este año, Artemisa estará en el espacio unas semanas, así que los maniquíes volverán a casa por Navidad con una buena noticia para todo el mundo. Si con el Apolo, un pequeño paso para el hombre era gran salto para la humanidad, con Artemisa, el pequeño paso va a ser para los maniquíes y el gran salto lo será para esa humanidad que por fin llegará a la Luna.