TW
3

H ace años que circula por internet una ridícula lista interminable de apellidos que supuestamente revelan el origen judío sefardí de quien los lleva. Cualquiera que haya echado un ojo a ese listado se dará cuenta enseguida de que es absolutamente falso, porque en él se incluyen prácticamente todos los apellidos españoles existentes. La razón es que en 2015 el Gobierno lanzó una ley específica para que los descendientes de los judíos expulsados de Castilla, Navarra y Aragón a finales del siglo XV tuvieran derecho a reclamar su antigua ciudadanía. Nadie está seguro de cuántos abandonaron su casa rumbo al exilio, pues las cifras de los historiadores varían entre 45.000 y 350.000.

Sea como fuere, sin duda miles de ellos tuvieron hijos, nietos y bisnietos cuya estirpe habrá llegado hasta nuestros días. Sin embargo, acreditar los ancestros a quinientos años vista no es fácil. Y para obtener la nacionalidad española por la vía sefardita es necesario hacerlo. Siempre se han narrado esas historias nostálgicas de familias israelíes o griegas que conservan aún como un tesoro la llave de su casa de Toledo. Sin duda, una bonita excepción.

¿Quién de nosotros ha tenido tiempo, conocimientos, disposición y ganas de explorar el árbol genealógico hasta la época de los Reyes Católicos? No es tarea fácil. Mucho menos si vives en otro país y no tienes acceso a los archivos. De ahí que choque que en los siete años que lleva la normativa en vigor 42.600 personas hayan logrado su pasaporte español aduciendo su genealogía sefardita. ¿Conclusión? Fue un coladero, un fraude, tan típico de nuestro país. Quizá, después de todo, sí que era españoles.