TW
2

Nunca he conducido un Tesla. O quizás debo decir «un coche autónomo». O inteligente, como también le llaman. Yo pensaba que la única diferencia entre un Tesla y los demás era la propulsión eléctrica, pero resulta que, además, estos coches son casi autónomos. Son coches que ven la carretera, escogen la velocidad adecuada dentro de las normas de circulación del lugar, frenan sin esperar las instrucciones del conductor, ponen los intermitentes y, por supuesto, son automáticos porque no tienen cambios.

A mí no me molestaría para nada pilotar un coche eléctrico, de la misma forma que me da lo mismo un coche a gasolina que diésel. Supongo que la principal diferencia será la disminución de las vibraciones y del ruido, aunque hoy mi sordera prácticamente hace que hasta un camión me parezca eléctrico. Sin embargo, esto de la autonomía me genera mucha más desconfianza.

Porque a mí me gusta conducir. Es decir, tomar las decisiones asociadas a ello. Escoger si acelero o no, si freno o no, si me acerco o no al coche de delante. De hecho, aunque he conducido coches automáticos, yo sigo prefiriendo los manuales porque me obligan a hacer el cambio de marcha cuando quiero, no cuando quiere el coche. En llano esto se nota poco, pero en cuestas, tanto ascendiendo como descendiendo, no hay comparación.

Sin haber conducido nunca un Tesla, tuve ocasión de llevar dos coches que ‘pensaban’, que se decían inteligentes. El primero fue un Ford. Lo alquilé en Bilbao ya entrada la noche, para acto seguido ir a Pamplona. A los pocos kilómetros descubrí que el coche ponía y quitaba las luces largas a su antojo. Iba por una excelente autopista, casi sin tráfico, de manera que casi todo el tiempo iba con las luces largas. Hasta que, de pronto, aparece un camión en el horizonte, por los carriles opuestos. Pero mi coche se negó a bajar las luces. No sé si el camión protestó porque la barrera metálica que separa los dos sentidos de la marcha me impedía ver sus faros. Exactamente el mismo motivo por el que mi coche no bajó las luces: no detectó al camión, pese a que mis luces molestaban al conductor, dado que la parte superior de la cabina sí sobresalía lo suficiente para ser vista.

En otra ocasión era un Peugeot. Esta vez era en Inglaterra. Lo que equivale a decir que llovía. Yo iba por una autopista y antes de adelantar al coche que me precedía, me acerqué lo suficiente para no ocupar el carril de adelantamientos durante mucho tiempo. Pero, al acercarme deliberadamente, mi coche encendió todas las alarmas existentes, se puso a pitar desesperadamente, al tiempo que el salpicadero era un océanos de luces chillonas. Pese a lo delicado de la situación, ante tanto escándalo, frené, buscando qué hice mal y que se me había escapado. Nada; no ocurría nada que no controlara, salvo que el estúpido de mi coche se pensaba que yo me acercaba al vehículo anterior porque me había dormido. A mí la informática ya me ‘ayuda’ bastante con los correctores de escritura que no hacen más que corregir lo que yo sí escribí bien.

Me pregunto si en el futuro no quedará un fabricante de coches que opte por seguir vendiendo coches idiotas para que sean conducidos realmente. Aunque, pensándolo bien, esto será cuestión de unos pocos años porque, cuando todos nos hayamos acostumbrados a que Tesla nos lleve como quiera, habremos perdido las capacidades de conducción. Las miradas entonces irán a Tráfico: ¿me van a multar a mí y no a Musk por la velocidad que lleva mi coche? A ver cómo Tesla lidia el caos de velocidades máximas que tenemos en Palma y quién paga esas multas. En realidad, deberíamos ser los propietarios de los coches los que tendríamos que denunciar a Tesla por sus decisiones. Aunque, seguro que cuando compremos uno de estos coches, igual que cuando entramos a Facebook, nos hacen firmar nuestro acuerdo con un contrato de un millón de folios que no se puede leer antes de que se lance el siguiente modelo de la marca, convirtiendo la lectura en un imposible y protegiendo al fabricante ante Tráfico.

Obviamente, ninguna de mis experiencias previas me ayuda para que espere mucho de un Tesla. Por eso, nunca voy a comprar o alquilar un Tesla. Si quien va a conducir es el coche y no yo, ¿por qué tengo que pagar? Yo pago para conducir, no para que me conduzcan. Para eso cojo un taxi. Al final la única diferencia es que la conversación del taxista puede potencialmente ser más interesante que las estupideces que te puede decir un coche.
No obstante, aún quizás alquile un coche eléctrico para ver cómo resuelven aquello de que le devolvamos el depósito medio lleno. O medio vacío.