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Ha llegado el otoño entre alertas meteorológicas y algunos diluvios sorprendentes y locales. El clima empieza a calmarse, unas playas mucho más tranquilas y vacías anuncian el fin de esta memorable temporada. Su fecha final será la de siempre; el ciclo se impone, el otoño irá avanzando y ahora deberemos poner el foco en otro lugar, en otras materias y asuntos. El descrédito de Mallorca que hemos instaurado no afecta a sus verdaderos causantes: los políticos. Mientras ellos salen indemnes de las críticas que promueven, compruebo cómo aumenta la brecha social y se consolida esta modernidad de bandos que tan poco me convence. Como si no quisiéramos entender lo que verdaderamente falla y mucho menos que somos unas marionetas muy bien agitadas y utilizadas a conveniencia. En definitiva, en todos esos debates en las redes sociales apenas cuenta el amor y la devoción por Mallorca que supuestamente sería el eje canalizador del malestar y las opiniones. Y digo en redes sociales porque ya no se estila encontrarse para compartir el verbo y la opinión. Lo que queda en una tertulia o conversación no trasciende y en este circo que nos han montado, no importa lo que verdaderamente digamos sino cómo se trasladarán nuestras palabras a quienes ni tan siquiera nos conocen ni se interesan por saber nuestros motivos. Recuerda que aprovecharán cualquier cosa que digas o hagas para sacar su rédito, para mantener la armada a flote. Esta es al final la gran tragedia de la que somos parte. Nuestros políticos escriben su obra desde la manipulación y la alteración de nuestro destino según su interés y ello difiere de aquellas fabulaciones de Esquilo, Eurípides o Sófocles que únicamente fueron escritores preocupados por entender y explicar la compleja naturaleza humana. Esta sigue inmutable e incluso sorprende que con la generalización de la cultura y con tantos medios a nuestra disposición se logren alcanzar los altísimos grados de manipulación que estamos soportando. Con el otoño han llegado ecos de la reforma fiscal cuando lo que debería preocuparnos –y debería ser objeto de una comunicación transparente o veraz– es el uso y destino de lo recaudado. Aunque es cierto que se alzan voces de queja y se fiscalizan por los ciudadanos las carencias y dispendios absurdos, ello acaba alineándose con el provecho político que dirigen de manera sutil los partidos en su necesidad de conseguir votos. Decía el citado Esquilo que la fuerza de la necesidad es irresistible y creo que ello es irrefutable. Todo aquello que amenaza Mallorca, o cualquiera de nuestras Islas, es algo que se convierte en un mero instrumento para conseguir alcanzar o mantener el poder. Somos como las hojas de otoño que irán cayendo, marionetas que gestionan unas manos sin ética y aferradas a una ideología que fácilmente se aleja mucho de lo que deberíamos preservar. Mallorca, no te quepa duda, ellos solo usan el nombre del paraíso en vano.