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El secretario general de la ONU acaba de abrir la asamblea de la institución con un mensaje apocalíptico que ya nos suena a disco rallado: «El mundo está en peligro y paralizado». Se refiere a la guerra, la crisis alimentaria y el cambio climático. Quizá yo sea de otro planeta, pero todo eso me suena a cuento. Las estadísticas dicen que actualmente hay 57 guerras activas en el mundo. ¡57! Pero, claro, a nosotros nos preocupa solo la que está más cerca. ¿Crisis alimentaria? Lo que se ve a simple vista es que las cadenas de distribución de alimentos han decidido jugar con los precios para enriquecerse todavía más. Y el cambio climático, en fin, para qué hablar. Desde la pandemia el mundo está cambiando, en efecto, pero creo que se trata más bien de mareas subterráneas, lentas, pero devastadoras. El movimiento silencioso de la gran renuncia es uno. Millones de personas ya no tragan con la idea de dedicar el 90 por ciento de su vida, su esfuerzo y su talento a enriquecer a otros. Otro, quizá paralelo o complementario, es el minimalismo. Lo llaman así, pero en realidad es un intento por convencer a la gente de que no necesita prácticamente nada de lo que compra de forma compulsiva. Si prospera será el final del consumismo, el movimiento que arrancó tras la II Guerra Mundial para levantar las economías devastadas del mundo occidental. Ahora que todo eso se ha trasvasado a Oriente, quizá ya no interesa tanta prosperidad en aquella parte del planeta. António Guterres acierta en eso de que el mundo está paralizado, o destinado a la parálisis, lo que nos obligará a cambiar por completo el paradigma y el modelo. El derrochador american way of life parece obsoleto. Regresar a lo básico supone generalizar la pobreza. ¿Qué nos espera?