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Lo mejor de la tortilla de tumbet, plato simple pero exquisito, es que el día antes hay que haber elaborado pacientemente un buen tumbet, esa joya mallorquina, y habérselo zampado tal cual o con huevos fritos y vino de Binissalem, nada de carne ni pescado, de manera que lo que sobre sirva para esta futura tortilla del día siguiente. Ah, el problema del día siguiente, cuántos disgustos nos da. Por suerte, ahí está la tortilla de tumbet. ¿Y apetece esa tortilla después de comer el día anterior tumbet con huevos? Desde luego, salvo que se tengan apetitos tontos, necesitados de atención psicológica. Al día siguiente de un gran gusto, lo que uno quiere es el mismo gusto, pero diferente. Somos así, caprichosos dentro de un sólo capricho. No pondré ejemplos. Tortilla de tumbet y capricho resuelto. Lo que nos devuelve al inicio. Para hacer una tortilla de tumbet, antes hay que haber hecho tumbet. Una maravilla muy simple (patata, berenjena, pimiento rojo, tomate) acaso provenzal, como el amor cortés y los trovadores, a la que los franceses llaman ratatouille, pero ni así está a la altura del tumbet mallorquín. Le falta el no sé qué balear. Ya sé que muchos añaden calabacín (añaden barroquismo), pero yo prefiero no hacerlo porque atiborraría la tortilla del día siguiente, le daría un aspecto pesado de retablo gótico, de tortilla conventual. Puestos a añadir algo, casi siempre agrego pimiento verde, porque sí, por gusto, y ajo, por idéntica razón. Aparte del ajo que ya lleva la salsa de tomate, quiero decir. Alcachofa no, pero no por falta de ganas, sino porque el tumbet es un manjar de verano, y en verano no hay alcachofas. Podría transgredir fácilmente esta regla, pero resisto la tentación por esa cosa sagrada que tiene el tumbet, tal vez procedente de las berenjenas. Ni siquiera he puesto nunca whisky al tumbet. Un chorrito de whisky mejora cualquier guiso (croquetas, estofados, moluscos, potajes, salsas…), pero el tumbet es otra historia. Patata, berenjena, pimiento, tomate. Cada cosa frita por separado, que es donde está el secreto de este plato sublime, y probablemente, también el de la vida civilizada. Por no insistir en la tortilla de tumbet del día siguiente.