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Alguien me dijo una vez que el tiempo avanza a la par de la edad de la persona, con más celeridad cuanto mayor te haces. Y quizá tenía razón. La verdad es que yo, queridos lectores, cada año me considero más joven. ¿Les ocurre a ustedes? Lo que antes parecía un minuto, ahora me parece un segundo. Lo he constatado en las vacaciones que ya termino. Tengo la fortuna de poder descansar muchas semanas seguidas, y cuando inicio la primera de trabajo pienso en las que me quedan por cumplir. Siento una plena satisfacción y una gran tranquilidad interior que con el paso de los días se va alterando al constatar que lo que parecía un largo periodo se va transformando a toda velocidad en muy poco tiempo; pero no me altero demasiado: debo confesarles que soy una persona muy tranquila, mi mujer dice que demasiado tranquila.

Ahora, a punto de concluir esas semanas que en su inicio me parecían tantas, siento no haberme percatado de su brevedad. Eso me pasa en Mallorca, esta maravillosa isla que me embriaga y me conquista desde hace tantísimos años, tantos como los que tengo (que tampoco son tantos, no se crean). Ante la colosal oferta diaria de actividades que ofrece este lugar, créanme que se necesita mucho empeño para mantenerse contemplativo y con actitud reposada. No me gusta imponerme ninguna rutina que me lleve más allá de algunos sofás entre los que corre una brisa perfecta para leer mucho, anestesiarme en ellos mediante el silencio y el calorcito del mediodía y, eso sí, comer todo aquello que en invierno me prohíbo. De este modo, los días pasan sin darme cuenta.

Aunque también debo confesarles que desde hace siete maravillosos años, desde que fuimos padres, esta tranquilidad de los veranos que vivíamos, se han convertido, en veranos más moviditos, en los que hemos cambiado, los sofás y los libros donde la brisa me embriagaba por los castillos de arena, los baños en la orilla del mar y los ‘capficos’ en las piscinas. La isla va recuperando el pulso tranquilo que tanto añoro en pleno agosto. Y es tal vez ahora cuando descansaría un poquito más. Pero no es posible: el tiempo, ese meteoro imparable, me dice que debo volver al trabajo, donde las horas parecen tener menos prisa en pasar. Regreso con la resignada esperanza de que sea tan fugaz como este verano que abandono sin querer. Pero con las pilas bien cargadas. Bienvenida vuelta al cole.