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El Concilio Vaticano II, convocado por el papa Juan XXIII en 1962 y concluido bajo el pontificado de Pablo VI en 1965, fue uno de los sucesos históricos más relevantes del S. XX y un acontecimiento que despertó raudales de alegría y esperanza entre creyentes, no creyentes y agnósticos de todo el mundo. El objetivo principal de las reuniones era actualizar la relación de la Iglesia católica con el mundo, en especial con otras confesiones, y la relación consigo misma, entre el clero y los fieles.

Centenares de sacerdotes estudiantes, trabajadores, partieron de Europa hacia América, pero también lo hicieron personas de buena voluntad de la Europa del Este dando lugar a la Teología de la Liberación. Por un momento se pensó que la preocupación del «socialismo real» por el asalto al poder de las clases más desfavorecidas y el mandato de Jesús, «amarás a tu prójimo», podían ponerse en práctica juntos. No ha sido así. En Nicaragua surge el sandinismo que emprende un tira y afloja permanente con la Iglesia hasta desembocar en la situación actual de intento de desmantelamiento total de las instituciones católicas. Así las cosas, 26 expresidentes miembros de la «IDEA» (Iniciativa Democrática de España y las Américas) entre ellos, Macri (Argentina), Fox (México) José Mª Aznar (España), Iván Duque (Colombia) etc. firman un comunicado afirmando, entre otras cosas: «el propósito del régimen de Ortega pasa por destruir las raíces culturales y espirituales del pueblo nicaragüense a fin de dejarlo en la ignorancia y hacerlo fácil presa de dominio».

Comparan esta persecución y la destrucción de iglesias e imágenes con las purgas de la Alemania nazi. Y, sí, la realidad es que el pueblo nicaragüense es profundamente católico… pero también profundamente pobre. No queremos otra guerra civil como la de España, Yugoslavia, Colombia. Así que a ver cómo lo arreglamos.