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La primera misión Artemis se quedó este lunes en tierra por un problema técnico y no despegará hacia la Luna hasta el viernes. Nada hacen cuatro días más o menos. El ser humano lleva sin pasar por el satélite medio siglo y no deja de ser uno de los logros más asombrosos alcanzados jamás. El regreso es emocionante y ocurrirá en 2025 si se cumple el calendario previsto. De ahí, el objetivo de la Nasa y de la Agencia Europea que colaboran en el proyecto es buscar un asentamiento a largo plazo y plantear desde ahí el asalto a Marte. La parte simbólica de las misiones está en que el viaje lo protagonice una mujer, ausentes en el programa Apolo. El valor simbólico del regreso a la Luna merece ser celebrado.

Pocos proyectos pueden hablar así de la capacidad científica y el desarrollo del ser humano. Aporta esperanza, como lo hizo el desembarco de Armstrong en 1969 en plena Guerra Fría. También, como entonces, alguna relación tiene con el regreso el interés de China en concreto con la exploración lunar y la competencia entre grandes potencias, pero mejor esa confrontación que otras más peligrosas. Esa competición de ciencia e ingeniería hará avanzar el conocimiento. Alguna relación tiene el descuido del programa espacial en las últimas décadas con la proliferación de terraplanistas y otras hierbas.

A la vez que se prepara el regreso real a la Luna habrá que reformular las dudas para llegar a tiempo cuando aparezcan las imágenes. La leyenda urbana más extendida es que fue Stanley Kubrick quien dirigió el desembarco simulado. Falta elegir el director adecuado para la nueva teoría conspirativa. Spielberg está mayor. Quizá los hermanos Duffer o Gareth Edwards, la mejor película de la saga galáctica del Siglo XXI.