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Seguramente el mundo será un lugar mejor sin el individuo ese al que Estados Unidos acaba de asesinar. En realidad, el mundo sería un lugar mejor sin varios millones de personas despreciables y gentuza que pulula por ahí. Pero si yo cojo una pistola y voy pegando tiros a todo aquel que me caiga mal, supongo que me considerarán una asesina, me detendrán, me juzgarán y, si lo demuestran, me encarcelarán. Es lo que hacen los sistemas democráticos, que no se toman la justicia por su mano, sino que se somete uno a las autoridades para dar cuenta de sus actos.

Por eso a cualquier demócrata la aventura peliculera esa de asesinar al tal Ayman al-Zawahiri con drones le debe poner los pelos de punta. Dice el presidente yanqui, Joe Biden, que ese tipo era un asesino despiadado. Es probable que tenga razón, pero ¿ir a su casa y meterle dos tiros entre ceja y ceja no lo convierte a él también en un asesino despiadado? ¿O el hecho de que él sea blanco, católico, no lleve barba ni turbante, y sus documentos digan que es estadounidense significa que él sí puede matar friamente a quien sea? Con esta actuación infame el líder del país más poderoso del mundo se ha retratado como lo que es: un indeseable.

Y son ellos los que aseguran que «exportan» la democracia y las libertades. Que los servicios secretos de todos los países del mundo han «eliminado» a sus enemigos siempre que han querido lo sabemos todos. Pero por simple inteligencia se mantiene en secreto. Nadie debe conocer las ignominias del Estado. El proclamarlo a los cuatro vientos no hace más que convertirte en el matón del patio del colegio. Un chulo que se cree que el planeta entero es su patio.