TW
0

Si la verdad siempre es difícil de encontrar, cuando no directamente imposible, figúrense la verdad de la falsedad. No las verdades que pueda haber en una falsedad, que son muchísimas a fin de que se sostenga, sino la verdad de la falsedad en sí, un universo cuyo tamaño sólo se puede medir en magnitudes cosmológicas y que, como el propio universo conocido, está en expansión acelerada. En ese océano de falsedad que vemos a diario en televisión o en internet, y del que nos informan los periódicos, se pueden encontrar algunas pequeñas conchas de verdad, reconocibles por su brillante tono nacarado, pero nada sobre el qué, el cómo y el porqué de la falsedad.

La verdad de la falsedad. En la novela del Nobel Isaac Bashevis Singer El seductor, de reciente aparición en Acantilado, el protagonista Hertz Mínsker, judío polaco que malvive en Nueve York tras su huida de Hitler, se pasa toda la novela, además de seduciendo mujeres de mediana edad, alardeando de erudito y doctor, así como de estar escribiendo un tratado extraordinario que jamás llega a existir y que sólo al final nos enteramos de que podría haberse titulado así: La verdad de la falsedad. Que, suponemos, debería contener algunos capítulos dedicados a la falsedad de la verdad, aunque no muchos, porque entonces todo el tratado se hundiría en una ciénaga de embustes.

Como así ocurre, ya que este Hertz no es un seductor, sino un charlatán embaucador y farsante, como es habitual entre los predicadores de la verdad. La búsqueda de la verdad y el sentido de la vida es la enfermedad más grave del ser humano, muy contagiosa, y además de calamidades sin cuento, conduce a la paranoia. Cerebros extraviados en laberintos a cielo abierto, bajo una luz cegadora. O calcinados sin más. De ahí que Bashevis Singer, en el original yiddish, la antiquísima lengua de los judíos centroeuropeos, titulase la novela Der Sharlatan, es decir, El Charlatán. Y el traductor, Dios sabe por qué, intentó mejorarlo. He aquí la verdad de una falsedad, aunque diminuta. Les diré otra verdad, verdadera. Ya conozco una palabra en yiddish, y de las importantes. Charlatán. No me hacen falta más verdades.