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Hace más de veinte años, la francesa Juliette Morillot publicó Las orquídeas rojas de Shanghái, una novela demoledora que ponía el acento sobre un asunto demasiado tiempo sepultado por la vergüenza: las mujeres de consuelo que el Ejército imperial japonés esclavizó durante años para servir como prostitutas a la tropa nipona. Es un ejemplo literario que se ha visto confirmado ahora, tanto tiempo después, por la publicación de una novela gráfica, Hierba, firmada por la autora coreana Keum Suk Gendry-Kim, que está arrasando en ventas a lo largo de todo el planeta.

No será la única mención al tema en distintos medios, desde la serie de televisión surcoreana Tomorrow, que dedica uno de sus más devastadores capítulos a este episodio negro de su historia, a la revista especializada Koukyou Zen, que también lo trata en su último número. Aunque dolorosa, por fin el mundo parece dispuesto a mirar de frente a una de las prácticas más humillantes, criminales y delirantes de un país, un imperio y un ejército que siguen ahí, mirando para otro lado, negando la mayor y lanzando para contrarrestar toneladas de márketing benévolo en forma de filosofía zen y pacifismo.

Entre veinte mil –el balance nipón– y cuatrocientas mil –cifras chinas– mujeres fueron esclavas sexuales forzadas por Japón, muchas murieron, algunas quedaron embarazadas, las que sobrevivieron intentaron seguir con su vida para obtener, por parte de sus compatriotas –chinos, coreanos, filipinos,tailandeses, vietnamitas, malayos, birmanos– desprecio por haber vendido su cuerpo al enemigo. Setenta años después, ya es hora de que el imperio del sol incline la cabeza y reconozca sus crímenes abyectos, su denigrante actuación, y pague el precio.