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Los conflictos entre la lógica económica del capital y la lógica ecológica ponen de manifiesto el divorcio de procesos asincrónicos: uno, el determinado por los ciclos de capital, y el otro por el almacenamiento y gasto de energía. El capital necesita vivir al día, sin preocuparse del futuro. Una gestión tan miope que sólo se puede ver superada por la de una burocracia despótica. La economía mercantil constituye una pompa de racionalidad parcial que funciona en detrimento de la racionalidad ampliada de la biósfera. El modo de producción y consumo está en cuestión, porque las crisis sociales y ecológicas están estrechamente entrelazadas.

Son palabras de Daniel Bensaïd, profesor y filósofo francés, que nos recuerda que de cada vez son más las personas convencidas de la necesidad de cambiar un mundo regido por lo que él llama el autoritarismo liberal. Lo vemos todos los días. El mundo del consumo excesivo se enfrenta ahora a lo que es la sangre del propio sistema, es decir, la crisis energética pagada a precio de oro. Luego, son demasiadas cosas, como una sociedad europea que se empobrece sin remedio en sus capas más débiles y otra, más lejana, y a la vez cercana, de las acuciantes hambrunas africanas. Cierto que la ecología necesitará de la ciencia y la técnica.

Ahí está la calamidad global del coronavirus que ha precisado de todos los recursos técnicos y sociosanitarios para ser combatido, una lucha que no cesa. Vemos demasiada fragilidad en nuestro día a día, un horizonte poco prometedor, un misterio insondable más allá del capitalismo salvaje, un ataque del hombre ambicioso al hombre sencillo que se traduce en contratos basura y continuos recortes de plantilla laboral. El maestro y pensador citado nos dejó en 2010, cuando todavía tenía que suceder una pandemia universal y una guerra europea, mil veces insospechada por el ciudadano de a pie. ¿No hay en todo junto algo de demencia? ¿Quizá no nos sentimos programados ante unas urnas que a la hora de la verdad padecen el olvido en torno al saco de promesas y más promesas?

La administración pública nos viene demostrando que en parte puede ser un cajón abierto lleno de monedas de oro ante el defraudador o personaje hipercorrupto que reparte los dineros como se le antoja. Si antes se decía que Dios lo veía todo, ahora, pobres de nosotros, le hace la competencia , para más inri, gastando dinero público, el programa Pegasus.