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De unos años a esta parte todo se ha vuelto muy pesado. Los objetos, las palabras, las noticias, la tecnología, el pasado, el futuro, la gente. Hasta yo me noto pesadísimo, plúmbeo, difícil de trasladar. En mi caso atribuía esta pesadez a la edad, que al ser factor del tiempo, tal vez incrementa la fuerza gravitatoria, y nos va aplastando poco a poco. Pero no sólo yo soy mucho más pesado que hace diez o veinte años; se trata de una pesadez generalizada. Una pesadez ontológica, como si la realidad pesara mucho más que en el siglo pasado. Italo Calvino se lo vio venir, porque en Seis propuestas para el próximo milenio, libro póstumo de 1988 recopilatorio de sus conferencias en Harvard, entre otras propuestas como exactitud y consistencia, destacaba fundamentalmente la levedad. A fin de aligerar la pesada carga de los discursos y relatos, que consideraba un mal mayor. Ni que decir tiene que nadie le hizo caso, y ese próximo milenio, que es ahora, ha resultado bastante más pesado de lo que se temía. Un kilo de información, política, financiera, cultural o meteorológica, pesa ahora un quintal; la mole abrumadora de los contenidos tecnológicos equivale a la del planeta Urano, y hasta los entretenimientos son de una pesadez inaguantable. Fútbol a diario, partidos más pesados que un cerdo en brazos, innumerables series plomizas, pelis interminables, novelas de mil páginas. Y si los entretenimientos nos aplastan bajo su peso, figúrense lo demás. La política gana peso planetario al convertirse en geopolítica, pero aquí se reduce a dos cantinelas paralelas. Lo que Sánchez hace para mantenerse en el poder, y lo que el PP es capaz de hacer para conseguirlo. Qué atroz pesadez. Esas cantinelas, infinitamente repetidas, son más pesadas que la ciudad de Madrid, sumando edificios, vehículos y habitantes. Cada palabra, puesta sobre la mesa, hunde al tablero. Incluso las defensoras y defensores de causas justas, se ponen pesadísimas. Sermones y prédicas a toneladas; la carga del pasado, según Borges infinita, sumada a la del presente. La gravedad ya no es la que era, es el triple. No sólo yo estoy pesadísimo; todo pesa demasiado. La pesadez ha triunfado. Ni un reducto de levedad.