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Se han elaborado en España diversas normas destinadas a la llamada reducción de la temporalidad en las administraciones públicas, también conocidas como Plan de Estabilización de Interinos. Viene el tema a raíz de una normativa europea. Las cosas pueden hacerse de muchas maneras. Básicamente bien o mal. También respetando al conjunto y no sólo a un grupo de presión. Bien está la reducción de la temporalidad, pero no pueden igualarse cosas que por su naturaleza no son iguales. El imperativo europeo es genérico, se podría concretar de muchas maneras. No es lo mismo el interino que no ha tenido oportunidad de opositar, a partir de los principios de mérito y capacidad, que aquél que ha podido hacerlo y ha escogido no presentarse o, en el caso de lo que lo haya hecho, haya suspendido las oposiciones. Unas pruebas que en el caso del acceso a la función docente ya daban múltiples ventajas al profesorado interino. Desde hace años ese profesorado tenía garantizado seguir como interino incluso sin presentarse a las pruebas o suspendiendo, en clara ventaja en relación con los recién graduados que preparamos en las universidades.

Hubo un tiempo, hasta el año 90, en que los profesores interinos estaban obligados a presentarse a las oposiciones si querían seguir siéndolo. Gobernaba el PSOE. Los que nunca habíamos sido interinos y demostrábamos nuestros conocimientos podíamos ganar una plaza –fue este mi caso. A los interinos se les sumaban los méritos –básicamente la antigüedad– si sacaban un cinco en la oposición, lo que nos obligaba al resto a sacar un siete, un ocho o más. Si el aspirante no interino aprobaba el primer examen se le daban puntos para entrar en las listas para el curso siguiente. Aunque aquel sistema, al que el PSOE renunció a partir de dicha fecha, ya daba ventajas al profesorado interino, por lo menos se garantizaba un mínimo de conocimiento de los que aprobaban, pues incluso siendo interinos se debía sacar un cinco.

El modelo que ahora se presenta con el mantra de reducción de la temporalidad prima sobremanera –casi exclusivamente– el haber estado ocupando plazas –que no plaza– como interino, incluso para aquéllos que han tenido una, dos o más oportunidades de presentarse y aprobar oposiciones y no lo hicieron. Los primeros perjudicados son los alumnos universitarios recién salidos de las facultades. En un anuncio de hace años se hablaba de los JASP’S (Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados). Tras más de treinta años de docencia puedo afirmar que –en general– los recién graduados no están mejor preparados que los de mi generación. Sin embargo, los que son brillantes sí lo son más que aquéllos que destacaban en nuestras promociones. A esa élite en ciernes ahora se la putea –perdón por la expresión– ante un colectivo –perdón por la cursilada– que, pudiendo presentarse a oposiciones y aprobarlas, decidió no hacerlo y cuyo principal –cuando no exclusivo– mérito es haber nacido antes y haber calentado durante años una silla. El método vigente hasta 1990 se me antoja más ecuánime. Garantizaba una mejor selección de personal y el acceso a la función pública de los entonces jóvenes.

Un método que el PSOE mantuvo durante años y que era bueno. La presión de los sindicatos, sólo preocupados –como hoy– por los que ya tienen trabajo y, sobre todo, por los que ya están dentro de la Administración, la nulidad del entonces ministro de Educación, Sr. Solana, antes de que ordenara bombardear ciudades de la antigua Yugoslavia sin la autorización necesaria de la ONU… hicieron todo lo demás, colaborando al actual desastre educativo. La selección de personal es importantísima en cualquier sector. Máxime en educación que, más allá de másteres de dudosísima eficacia por su estructura y obligatorios para poder presentarse a oposiciones, es lo suficientemente importante como para dejarla en manos de políticos, sindicalistas liberados o pedagogos teóricos que nunca han dado clase en Primaria o Secundaria. Lo siento, el primer requisito para dar clases de matemáticas, historia o lengua es saber de esas disciplinas.

No tengo ningún pariente que quiera ingresar en la función docente, tampoco se lo recomendaría habida cuenta de la degradación del sistema, imputable a muchos factores. Quiero decir con ello que no me mueve sobre este tema ningún interés personal, sólo el poder garantizar a mis alumnos el acceso a la función docente en condiciones de igualdad y justicia. ¿Qué haremos las Facultades de Letras y Ciencias con nuestros alumnos una vez copadas las plantillas para muchos años con este injusto sistema? ¿Qué esperanza les queda a nuestros alumnos brillantes? ¿Seguir pululando por las Facultades acumulando horas y títulos sin llegar a dar el salto a la vida real?