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Gobernantes y legisladores acostumbran a pensar que el mundo cambia porque ellos cambian las leyes, pero no suele ser así. Las más de las veces los cambios legales siguen al cambio social, y no a la inversa. Así está pasando con los intentos de abolir la prostitución. La mera prohibición es absurda y no va a funcionar. Convendría mucho más comenzar con medidas sociales, tales como ofrecer una salida laboral real a las mujeres que ejerzan la prostitución, luchar con determinación contra los proxenetas y sus redes de tráfico de mujeres y, sobre todo, educar a la sociedad en la conveniencia de unas relaciones afectivosexuales entre personas que sean sanas y libres, no basadas en la compraventa de los cuerpos; y todo ello contando con la voz y opinión de las afectadas.

Estas medidas sociales deben ser previas e ir más allá de la simple represión, y requieren de tiempo, dinero y planificación. Una vez estén en marcha y funcionando se podría comenzar a pensar en restricciones legales. Los efectos de la mera persecución legal-policial nos llevarán, con toda probabilidad, a una nueva ‘ley seca’, y caer en una nueva ley seca acarrearía que florezcan la clandestinidad absoluta, los lupanares infectos, la mafia más opaca, la explotación más cruel y la criminalización de miles de personas entre prostitutas y clientes, independientemente que de sean castigados/as o no.

Es una cuestión harto complicada. Abolicionistas, regulacionistas y proderechos esgrimen sus argumentos. La prostitución en la legislación española se halla hasta ahora en un limbo alegal. El tratamiento del tema en nuestro entorno va desde la prohibición total en países como Francia –lo que provoca migraciones de puteros hacia la frontera española– hasta la plena legalización en Alemania desde el año 2002, donde el sector paga impuestos –incluidas las prostitutas– y existe un sello de calidad de los prostíbulos.

Recordemos además que, aunque más minoritaria, existe una prostitución masculina, a la que tal vez mereciera la pena echarle una ojeada, porque ahí también hay personas.
La decisión de avanzar hacia un mundo libre de la lacra de la prostitución es buena, incluso imperativa, pero la estrategia que se está proponiendo hasta ahora (a golpe de decreto y presión policial) parece harto equivocada y está condenada al fracaso.