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Procuraré no mencionar su nombre, aunque todos saben de quién se trata. Su repunte en España es en cierto modo para tener en cuenta por lo que son y lo que representan. Tienen la habilidad de presentar lo negro como blanco, de tergiversar y emponzoñar la realidad para confundir al personal. En el Congreso de los Diputados, un diputado del partido de Abascal comparó al ministro de la Presidencia con Goebbels y al presidente del Gobierno con Adolf Hitler. Sucedió en sede parlamentaria y se quedó tan tranquilo cuando pidieron que retirara sus palabras, negando las hubiera largado. La historia española de la extrema derecha es tan antigua como sus reyes.

La Guerra Civil fue para ellos un paseo militar y el criminal Franco un benefactor. Ellos son los mesías de la verdad, los redentores de las clases oprimidas, los cruzados, los apóstoles discernidores del bien y del mal, los salvadores de la patria... Los rusos también niegan las atrocidades que cometen en Ucrania, a pesar de que el mundo entero las ve gracias a los periodistas desplazados allá, pero también niegan la guerra a la que llaman «operación militar especial». Los europeos financian de alguna manera al descerebrado Putin porque la dependencia del gas ruso es imperiosa, sobre todo en Alemania y gracias –por si alguno lo ha olvidado– a la pésima gestión en este aspecto de Angela Merkel.

Un canal de televisión dedicó un programa entero a entrevistar al representante mallorquín de tan peculiar grupo político y fundador del Círculo Balear, Jorge Campos, denunciado por violencia machista. Habló a sus anchas del horroroso mandato de Francina Armengol y reiteró su discurso del habla balear sobre el catalán. En este caso me pregunto si sus opiniones pueden interesar para un programa en televisión, por muy local que sea. Algunos de este grupo siguen negando el Holocausto.

Las razones por las que algunas personas votan y apoyan tales formaciones son tema de estudio psicológico. La vida se repite siempre, pero algunas cosas deberían quedar en la memoria a no ser que haya quienes tengan la cabeza hueca. El tiempo, veloz y lentísimo estampido, no se mueve jamás con serenidad.