TW
0

Todavía no escribí ni una línea sobre la invasión de Ucrania. No lo he hice porque no tengo nada original que aportar y también porque, inesperadamente, España resultó ser un país que estaba a rebosar de especialistas en el tema, a los cuales se les puede oír y leer en todos los medios de comunicación. Obviamente, estoy en contra de la invasión injustificable de un país pacífico como Ucrania, el cual tiene una historia de horrendo sufrimiento a manos de sus vecinos del este y del oeste. Por lo que sé, que es lo que sabemos todos, aunque Rusia pueda esgrimir algunos agravios occidentales como causa de su agresión, esta guerra es una absoluta aberración cuyo máximo responsable es Vladímir Putin.

Como ven, para decir estas obviedades no merecía la pena ponerse a escribir. Pero hoy, sin embargo, quería referirme a un aspecto colateral que afecta sobre todo a la profesión periodística: el hecho de que la televisión pública española coloque la bandera ucraniana junto a la ‘mosca’ que la identifica. Tal vez ocurra también en otras cadenas, pero como apenas veo televisión, sólo lo detecté en La Primera.
Ustedes no tienen por qué saber cuántos escritores, de cuántas universidades, han elaborado sesudas teorías sobre la función del periodismo como espejo de la realidad. A partir de una visión anglosajona que tuvo su momento de mayor esplendor a mediados del siglo pasado, se ha construido la teoría del periodismo espejo, o sea una comunicación que pretende ser un reflejo de la realidad, sin distorsiones, sin opiniones, aséptica. Si la realidad es tan brutal como la que estamos viendo en Ucrania, el lector por sí solo concluirá que esta guerra es una atrocidad y que su culpable es Vladimir Putin. Lo nuestro es reflejarlo objetivamente, sin calificarlo. Esta es la ‘biblia’ sobre la que se sustenta la profesión y su regulación legal. A ello dediqué muchos años como profesor en la universidad: hemos de ser espejo y mordernos la lengua antes de sugerir en una noticia qué pensamos sobre ella. Otra cosa, por supuesto, es la opinión, un género en el que cabe la subjetividad, siempre y cuando esté claramente diferenciado, como es el caso de esta tribuna.

No obstante, todos recordamos ocasiones en las que pudimos entrever perfectamente qué pensaba el periodista que cubría una noticia: somos humanos y es absolutamente complicado frenar estas contaminaciones, por más que vayan contra los principios más sagrados. Ahora bien: escuchar una noticia de la guerra de Ucrania, en un telediario de una televisión pública, con mil organismos de control, con decenas de códigos éticos que resguardan su pluralidad, y que sobre la pantalla luzca la bandera de uno de los bandos, creo que va demasiado lejos. Es como si los periodistas fuéramos a cubrir las noticias de fútbol con la bufanda de nuestro equipo preferido o como si acudiéramos al Parlamento a hacer nuestras crónicas llevando en el micrófono el logo del partido político al que votamos. Simplemente es una brutalidad ofensiva. ¿En qué se diferencia eso de la televisión de Putin? Al menos en Moscú se les escapó una díscola con un cartel que denunciaba la guerra.
En esta guerra hay dos bandos. Estoy de acuerdo en que uno es invasor y el otro invadido, pero todos sabemos que los odios que se generan en estos enfrentamientos son tales que es posible que los dos cometan atrocidades. También los buenos. ¿Puedo esperar que una televisión que informa con la bandera de Ucrania en la pantalla vaya a actuar imparcialmente? Por ejemplo, creo que bien merecería la pena informar sobre el sufrimiento de los conscriptos rusos que, a su modo, también son víctimas de este disparate.

La representación de los rusos como infinitamente malos y de los ucranianos como infinitamente buenos, aunque sea un signo de la simplificación cultural en la que vivimos, es una falacia: no existe ni lo uno ni lo otro. La vida está hecha de matices más complejos que estas simplificaciones superficiales e infantiles. Siempre, incluso cuando como ahora hay un agresor inequívoco, hemos de mantener la distancia para ser capaces de entender los porqués, de percibir las contradicciones, de descifrar las reacciones. Y desconfiar también de esa candidez magnánima de los buenos. Todos sabemos que el periodismo está en una profunda crisis. Ponerse la camiseta de uno de los bandos para informar de esta guerra equivale a alinear a la profesión, lo cual significa privarle del único activo que tenía para sobrevivir: su imparcialidad. Sin un distanciamiento respecto de las partes en conflicto, ¿qué nos diferencia de las redes sociales? Para escuchar una visión acrítica de cómo los ucranianos arrasan a los rusos ya me basta con TikTok.