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La globalización se antojaba como un proceso ya estable, fijado. No sujeto a grandes controversias. La pandemia del coronavirus evidenció justamente eso: la capacidad de respuesta unánime de la mayor parte de los gobiernos del mundo, en su búsqueda por soluciones científicas: nuevas vacunas. Pero la guerra de Putin permite intuir la fijación y consolidación de bloques económicos, en una estructura geopolítica que remite a los submundos –de facto, la formación de grandes bloques– retratados por Orwell en su distópica obra 1984. Otra similitud: la verdad se sacrifica, sobre todo, desde el agresor, huyendo de tautologías –como en el libro del autor–; la guerra de Putin lo está demostrando, con la construcción de argumentos que tergiversan una realidad que no se quiere promulgar, que no se pretende comunicar, que no se quiere creer.

En esta nueva globalización y en trazos gruesos, seis bloques pueden identificarse: la Unión Europea, con dificultades por la falta de convergencia entre los nuevos Estados incorporados y los más consagrados; el espacio asiático, en plena expansión, con dos colosos dominantes, China e India; Latinoamérica, con liderazgo en crisis, pero todavía relevante, de Brasil y México; África subsahariana, desmembrada de la septentrional, rica en recursos pero desprovista de cohesiones políticas, objetivo fundamental para las nuevas expansiones económicas de los países más ricos, por sus riquezas naturales; Estados Unidos, potencia cuestionada en este gran dinamismo de la nueva globalización, pero con latentes capacidades en diferentes e importantes campos de conocimiento científico y aplicado; finalmente, Rusia, con cruciales recursos energéticos, apreciable peso demográfico y fuertes conexiones con el mundo oriental y con el occidental.

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La actual guerra en Europa puede trastocar este esquema, que se presenta a título de hipótesis: una reformulación, por tanto, de la globalización. No estamos ante el fin de ninguna Historia –como sugirió en su momento Francis Fukuyama–: es el comienzo de una nueva etapa. Porque la guerra amaga la pugna por el liderazgo en la economía mundial, a pesar de que su origen no se explica, estrictamente, por razones de carácter económico. La invasión del ejército ruso se ha producido en un escenario de aumentos en los beneficios empresariales, contexto de recuperación económica previsible tras la sexta ola del coronavirus, pero de tensiones de perfil nacionalista que se han enaltecido sobre todo por la pretensión expansionista de Putin, y su ideario de reconstruir nuevas fronteras.

Estos tiempos azarosos, tiempos de guerra, recomiendan prudencia, cautela y, a su vez, pensar en la cohesión decisiva de la Unión Europea: esta es una de las claves principales para que las amenazas y dificultades no supongan un desafío extremo para un espacio económico, social y político garante de la democracia. En tal escenario, los economistas deberemos ir cambiando nuestros análisis en función de la volatilidad de todo tipo existente, de forma que va a resultar muy difícil –por no decir imposible– establecer, por el momento, coordenadas de estabilidad.