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La actual interpretación de los hechos de Ucrania a partir de la psicología, en concreto de la de Vladímir Putin, es decir, a partir de su carácter megalómano –cuando no a partir de un planteamiento parecido al de los programas de corazón– está condenada a error. Más que al violento choque emocional al que se nos está impeliendo, cabría dar cabida en el análisis a disciplinas como la ciencia política, la teoría de las relaciones internacionales y la geopolítica si queremos entender, y por tanto solucionar, la crisis ucraniana.

Hay algo muy inquietante en la forma en que se nos incita desde los gobiernos y los medios de comunicación a posicionarnos ante el conflicto a partir de los sentimientos y de la emocionalidad, no de la razón. Se nos exhorta a elegir entre héroes y villanos, pero cualquier guerra se ve terrible porque lo es si se enfoca lo suficientemente cerca. En esta guerra, como en casi todas, no hay buenos, solo víctimas. Se impone un maniqueísmo tan visceral como obligatorio. Disentir te hace sospechoso. De repente, resulta que alimentar la guerra es una buena forma de terminar con ella, y que la OTAN es un hada madrina que lleva la paz y la democracia y por tanto todos debemos apoyarla.

Más que a desear la paz, se nos incita a odiar a uno de los bandos (aunque realmente sea odioso); pero echar gasolina al fuego no parece la solución más inteligente y, en toda guerra –perdonen el chiste fácil–, es muy fácil que al final te salga el tiro por la culata. Todo lo que no sea negociación será matadero porque toda guerra acaba en negociación o hecatombe (aunque se gane), así que más vale un mal acuerdo que una buena guerra. Asistimos al enfrentamiento de dos imperios industriales y capitalistas, Occidente y Rusia, que luchan por los grandes recursos ucranianos (energía, cereales, metales) en un contexto de escasez creciente, y ninguno de los dos bandos es, precisamente, un angelito. Todo lo demás es propaganda de parte.

Nota final: Sí, Putin es un ególatra y un déspota con sueños imperiales; no, Putin no es comunista, es un ultranacionalista fascistoide amigo de los oligarcas y que encumbró a la Iglesia ortodoxa a la más alta preeminencia social y política en su país. Pero ninguno de esos rasgos de la personalidad del sátrapa ruso es la causa de la guerra.