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Hace veinte años -hay que ver cómo pasa el tiempo- cientos de miles de españoles salían a la calle para gritar al gobierno del momento: ¡No a la guerra! Por aquel entonces, Estados Unidos amenazaba con invadir Irak, cosa que hizo muy a pesar del clamor popular y de organismos y organizaciones mundiales. En nuestro país, la mayoría de las plazas mayores se llenaron de pancartas que oleaban al grito del ¡No a la guerra! Gentes de todas las generaciones se vistieron de blanco en favor de la paz y en contra de una guerra que a muchos nos parecía inoportuna, porque inoportunas son todas las guerras. Aquel emblemático ¡No a la guerra! se hizo especialmente presente en el mundo de las artes y las letras. Actores y cineastas, músicos y cantantes, poetas y pensadores levantaron sus almas artísticas para mostrarnos una vez más que la guerra no era el camino.

Veinte años después –hay que ver cómo pasa el tiempo- volvemos a vivir aquel momento con la invasión violenta de un país cuyas consecuencias siempre son incontrolables. Hemos cambiado de protagonistas: De aquel Bush imperialista a este Putin sovietista. Hemos cambiado de escenarios: De la escenografía norteamericana a la platea con telón de fondo ruso. Sin embargo y aunque la música sigue siendo la misma, hoy los cantantes están desaparecidos.

Aquellos que gritaban a coro ¡No a la guerra!, ahora parecen haberse quedado sin voz. Y yo me pregunto el porqué. ¿Será porque el promotor es Rusia y no Estados Unidos? ¿Será porque hemos sido uno de los primeros países en enviar barcos de guerra al escenario? ¿Será porque nuestro gobierno es de otro color político? La guerra, como la paz, no es una disculpa puntual ni populista. El ¡No a la guerra! es el ¡Sí a la paz!, y eso no es una cuestión de escenarios cinematográficos ni de teloneros para políticos.