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En política todos tienen derecho a voz y voto, tanto los que conocen la realidad histórica de su país como los que ni siquiera saben lo qué significa la palabra historia. Por esto la manipulación y el engaño acampan a sus anchas.

¿Cómo subsanar el problema? ¿Solo los realmente preparados en función de su preparación intelectual tendrían que intervenir en política? Y de ser así, ¿cómo identificarlos? ¿Serían, por ejemplo, los que tuvieran títulos universitarios que atestiguaran sus saberes? Pero, ¿seguro que garantiza un título universitario (en materia política, histórica o económica) los saberes de alguien sobre estos temas?
Basta ser un observador medianamente avispado para comprobar que una gran parte de ‘especialistas’ en la labor política no tienen las más mínimas ideas sobre los temas que discuten. Son gentes que tienen ideas vagas adquiridas a partir de pobres conocimientos que les han llegado unilateralmente o a partir de simpatías ideológicas para nada basadas en la realidad objetiva de los hechos.

Y lo más complicado en materia de discusión o aclaración política es que muy frecuentemente muchos que discuten parten de posiciones inamovibles. Es decir, que no están abiertos a nuevas informaciones que les hagan replantearse sus posiciones y poder avanzar. Las rechazan sin ni siquiera escucharlas o se irritan si se las presentan. De ahí que aquel que menos sabe (y que incluso no es consciente de que no sabe) se mantenga en posiciones pétreas.

También ocurre que en las discusiones políticas (o de lo que sea) intervienen factores perturbadores que son de carácter simplemente psicológico. Aparecen cuando la discusión (que tendría que ser siempre una conversación pausada y tranquila) no está destinada a poner luz en las sombras, sino a enfrentar egos llenos de soberbia en un combate absurdo para ver quién vence a quién.

Si de cada vez más los egos se hacen gigantescos, todo será imposible, incluyendo la propia enseñanza, con alumnos recién llegados al mundo que pretenderán discutir sobre física cuántica con un profesor experto en la materia. Serán los alumnos hipersensibles que sentirán como una agresión personal las explicaciones de profesores, las que pretendan sacarlos de errores e ignorancias.

Siguiéndose por este camino, ¿acaso tendrán que eliminarse en el futuro las escuelas para así no ofender a alumnos ahítos de soberbia que pretenderán sabérselas todas?

Sin duda la rebelión (y dominio) de las masas (de la que hablaba Ortega y Gasset) está llegando a máximos. Y no solo en burdos parlamentos de café de barrio, sino por doquiera (en redes sociales, calles, plazas y ciudades). Gracias a este caos, y al nulo interés por una educación eficiente que subsane errores, irán prodigándose las discusiones irritantes y mal irán las cosas. Y, sobre todo, de este caos sacarán provecho los chanchulleros de la vida pública. Y sufrirá sobre todo el único sistema político más o menos aceptable por el momento: la democracia.