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La verdad es que me ha parecido del todo decepcionante la reunión en Madrid durante el pasado fin de semana de los dirigentes ultranacionalistas europeos en su ‘cumbre patriótica’. Disponiendo de un anfitrión como Santiago Abascal y de un objetivo teórico como lema, ‘Defender Europa’, se esperaba más. Particularmente en estos momentos en los que la extrema derecha continental no tiene muy claro si derivar hacia una mayor radicalización, o atemperarse y dejarse querer por centros derecha varios. Aunque no muy claro, como ya he dicho, cunde la noción de que la nueva extrema derecha tendrá más futuro adoptando la rebeldía como bandera. ¡Qué ya está bien que los rebotes antisistema y la complaciente desobediencia sean siempre patrimonio de la izquierda más o menos progresista! Es por ello que la ‘cumbre patriótica’ parecía el escenario adecuado para al gran montaje de una ultraderecha que, limpia de todo complejo, tronara contra el elitismo progre y se erigiera en doctrina asequible para la gente común. Estrellas para lograrlo no faltaban en una alineación en la que brillaban, Orbán (Hungría), Morawiecki (Polonia), Marine Le Pen (Francia), Rob Roos (Países Bajos), o Marlene Svazek (Austria), por citar a los más destacados. Pero, pero, todo se redujo a una especie de prolongación de su anterior cumbre de Varsovia en la que se alertó de la amenaza que representa la UE hacia la soberanía de las naciones. De alimentar una mayor incorrección, nada de nada. De dinamitar la comunicación, haciendo de ella un frente hostil, tampoco. Puestos a pasar un buen rato, los observadores se tuvieron que conformar con algún flato patriotero de Ortega Smith. Y eso, aunque resulta de agradecer, es bien poca cosa.