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El conseller Negeruela pactó esta semana con las navieras limitar el número de cruceros que llegan a Palma. Nada más que 60.000 cruceristas al día. El conseller, que lo es de Modelo Económico, Turismo y Trabajo, con su habitual seriedad explicó las bondades del acuerdo para no volver a la situación de 2019. En efecto se trató de un año muy loco. Fue el verano que en cada local del centro abría una heladería. Todas eran de helado artesano y en muchas había un sabor de un artesano color azul fosforito.

La proliferación fue tal que un crucerista podía atravesar desde el Marítimo a plaza de España sin dejar de tener una cuchara de helado de muestra en la mano. No había tiempo material de terminarse la muestra gratuita que ofrecían antes de llegar hasta otro local donde ofrecían probar otro sabor. El negocio debió de ser ruinoso. La densidad era tal que la oferta de muestras provocaba que no fuera necesario comprar helado para saciarse de sobra. Es evidente que ese estallido estaba relacionado con la presencia de cruceristas. Con su seriedad habitual, el conseller Negueruela ha decidido abordar la abundancia de cruceros limitando el número de embarcaciones que llegan a puerto. Sin embargo, la solución más efectiva hubiera sido prohibir las heladerías en el centro de Palma. Establecida la relación entre los cruceristas y los helados basta con eliminar uno para que el otro desaparezca. Es cuestión de que se corra la voz.

En 2019, Palma se estableció como la capital mundial del helado gratis para cruceristas. Basta pues que se sepa lo contrario para que los aficionados se busquen otros puertos. El planteamiento tiene sus fallos, aunque también habrá que ver lo efectivo que es el pacto del conseller. El objetivo debe ser que el centro no sea un parque temático para cruceristas y visitantes variados y los helados artesanos son un síntoma más.