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Estas Navidades no pintan bien, cada día hay más contagios, y también más ingresos en hospitales públicos y privados por mor del bicho, ahora llamado ómicron que, si bien, no ataca con la misma virulencia que la delta anterior, ahora son más los infectados con menor riesgo, pero más larga estancia hospitalarias. Pero ahora nos toca sacar todo el partido que podamos de las Navidades, con alegría, en unión con los familiares llegados de la Península y aún más allá: todo son abrazos y felicidad de reencontrarnos, alrededor de la mesa repleta de suculentos platos, cocinados en casa.

Aconsejaría que fuéramos a maitines: las iglesias iluminadas, el órgano a tope y las maravillosas neules recortadas delicadamente con motivos mallorquines, colgando de la nave central, viéndose los encajes recortados sobre papel, trabajados a mano por monjas o frailes; enteramente blancas que se balancean solas. Quien nunca ha presenciado la Natividad en la Catedral de Mallorca, no sabe lo que se pierde; pues es de una magnificencia extraordinaria que conmueve, y nos sentimos en el cielo.

En estos momentos de gloria y felicidad, no debemos olvidarnos de los enfermos que nos rodean, confinados en hospitales del mundo entero y de quienes lloran desconsoladamente por haber perdido un familiar a causa de la pandemia, como tampoco dejar de pensar en los fallecidos, jóvenes y adultos, por accidentes en carretera, así como muertes de mujeres asesinadas por sus compañeros o excompañeros. Pues entre las parejas existe odio y venganza.

Demos una tregua a estas Navidades, y pongamos la amistad entre nosotros, acerquémonos, escuchemos: conociendo, sintiendo, comprendiendo, en fin: dialogando y ayudando. Pues cuando unas personas pretenden disfrutar de todo lo que ofrece el mundo, como si los pobres no existieran, provocan la desesperación y violencia. Debemos recuperar la amabilidad y afecto, rechazando el individualismo, y el desprecio al otro y, no diciendo eso de: «sálvese quien pueda» que al final tendrá consecuencias.

Demos aliento, consuelo y paz a quienes están compungidos, que no pueden celebrar con alegría esta fiesta tan primordial con otros, como los presos, los sin techo, pero, sobre todo, no humillemos a nadie, pues entristece y daña. El pedir perdón aligera el peso sobre la espalda nuestra entre tanta indiferencia y pasotismo humano, tal si hubiera diferencia entre personas de la misma carne y hueso. Muchas Felicidades, alegría y afecto, a los trabajadores de Ultima Hora, y a mis queridos lectores.