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No se trata de más o menos cantidad de lucecitas ni del gasto que ocasionan tal y como se ha puesto la factura de la luz, se trata de distribuir mejor las que tenemos y no seguir con la rutina año tras año. Para todo menester es necesaria la profesionalidad. Colocar puntos de luz no es cosa que pueda hacer cualquier mindundi. Alumbrar las calles de una ciudad es como iluminar un escenario teatral; o se hace bien o la puesta en escena es un desastre. Se necesita imaginación, planificación y entusiasmo. Ocurre que en algunas calles las luces exceden la exuberancia luminosa y en otras brillan por su ausencia. Dicen que las luces navideñas son para dar alegría, pero en algunas calles lo que dan es una depresión de caballo. Hay que poner un ‘Bon Nadal’ de vez en cuando y si los vecinos quieren más luces, que enciendan unas velas (pueden ser de colorines para no desentonar).

Diría que es de poca vergüenza municipal que todas las guirnaldas estén en el centro de la ciudad; unas en línea horizontal y otras enrolladas en los árboles; pero fuera del centro ni la luz de una cerilla. Que en Palma hay barrios de primera y barrios de segunda ya se intuía, pero algo de respeto sería de agradecer. Señor alcalde, en la periferia también celebran la Navidad y, ¿sabe una cosa?, pagan impuestos como en el mismísimo centro. Si no tienen dinero para las luces, búsquenlo porque para las maquinitas de la ORA sí lo hay y son tantas que llegan hasta perturbar la paz de los sepulcros. ¡Adiós!, dijo el vivo al muerto. ¡Hasta luego!, el muerto al vivo. Creo que el individuo –sea un enchufado, un amigo de políticos, un funcionario municipal responsable del alumbrado navideño– se aburre y toma tres botellas de cava antes de planificarlo.

Es bueno el mensaje de Stevie Wonder: «Si bebes, no conduzcas». Sirve para todos. Por cierto, cuando ando cerca de la calle Industria y veo los emblemáticos molinos en línea completamente a oscuras, me pregunto quién es el inútil encargado de iluminar la ciudad. Aquí nadie dimite, aquí nadie escarmienta, aquí nadie se esconde, aquí a nadie le cae la cara de vergüenza porque se sepa de los que dicen como Javier Aguirre: «Bueno, un whisky y a dormir».