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Sabemos por los economistas, historiadores, novelistas y la misma Biblia, que la generosidad y la benevolencia pasan factura, y que la simple mención a unos salarios más justos puede hundir a un país en la ruina de la noche a la mañana.

Lo escuchamos a diario, es la letanía apocalíptica del PP, se hable de presupuestos o se hable de lo que se hable. Nada nuevo; que la virtud pasa factura ya lo explicó el Marqués de Sade en Justine o las desdichas de la virtud. Sin embargo, no es tan obvio que las canalladas pasen factura, por lo que cuando la gente, en lenguaje coloquial, repite que esto o lo otro pasa factura, o bien se trata de un deseo, o no sabe qué dice. Porque rara vez se ha visto que una cabronada, si es suficiente grande, haya pasado factura a nadie. El caso más notorio es Donald Trump, a quien no parecen pasarle factura sus tropelías, y hasta se le ve crecido; Biden, en cambio, pierde elecciones y anda cabizbajo cuesta abajo.

Pero Trump no es el único; vean a Boris Johnson, eufórico sobre la ruina que él mismo provocó. Y Artur Mas o Puigdemont, que si no acertaron ni una, tampoco les ha llegado la preceptiva factura electoral. En cuanto a la Biblia ya mencionada, el libro más disparatado del mundo, observen qué exitazo. Acaso convenga revisar nuestros tópicos y frases hechas, que se están quedando obsoletos. Mira que si ya no funciona ni el refranero. Leo que el PP, con el viento a favor de las encuestas, y convencidos de que las últimas condenas judiciales por corrupción no les pasarán factura (aseguran que ya la pagaron), está tan exultante que incluso se permite violentas peleas internas en Madrid. Por el poder futuro. Casado, hablando del desastre financiero del Gobierno (es de lo único que habla), repite cada día «Tendremos que arreglarlo nosotros, como siempre». ¡Como siempre! Pero si le preguntan por esas condenas, y las que faltan, dice que eso es pasado y no tiene nada que ver con ellos. Los corruptos eran otros, como siempre. Y por lo visto, lejos de pasarle factura, este discurso bifocal le fortalece. Ya nada pasa factura, salvo la inteligencia.

Empieza a ser urgente actualizar el lenguaje coloquial, y los periodistas deberíamos dar ejemplo. Si cada vez que hablamos de facturas se dijese ‘Eso pasa factura, a veces’, adelantaríamos mucho.