TW
2

Dos cumbres económicas de relevancia: la del G-20 en Roma y la del Clima en Glasgow. Dos encuentros al más elevado nivel que han generado expectativas concretas: 1,5 grados de subida límite en la temperatura del planeta hasta el 2100, fijación de un impuesto global del 15 % a multinacionales, insistencia en expandir la vacunación a los países menos desarrollados, urgencia en políticas de mitigación ante los desafíos que se presentan en la economía y en el medio ambiente del mundo. Ambas conferencias, con los altos mandatarios presentes, denotan una preocupación clara que va más allá de la retórica de otros encuentros. Pero no es menos cierto que el escepticismo acaba por imperar cuando pasan estos acontecimientos. Se han visto otras cimeras de parecido estilo cuyos objetivos establecidos se acabaron desvaneciendo, frente al peso de la economía crematística. El problema presente, sin embargo, plantea una noción que la ciencia viene advirtiendo desde hace años, prácticamente desde el primer informe del Club de Roma a comienzos de los años setenta: el tiempo se agota. Y las investigaciones más recientes (muy interesante el último trabajo del físico Lawrence Kraus, El cambio climático: la ciencia ante el calentamiento global, Pasado&Presente, Barcelona, 2021) subrayan que, por ejemplo, resultará difícil revertir una subida de veinticinco centímetros del nivel del mar en los años más próximos, y de un metro en 2100. Siempre que no se haga absolutamente nada: el business as usual (actuar como siempre, sin cambios), frente al green growth (apostar por un desarrollo ecológico) que ayudaría a corregir la tendencias hacia la insostenibilidad.

Pero otro frente de trabajo se ha centrado en la fiscalidad. En concreto, un gravamen del 15 % a grandes empresas, insuficiente para algunos ya que hay propuestas del 30 %, por parte de historiadores económicos sobre la evasión fiscal de esas compañías (Emmanuel Saez-Gabriel Zucman, El triunfo de la injusticia. Cómo los ricos evaden impuestos y cómo hacer que los paguen, Taurus, Madrid, 2021). Hace apenas pocos años, cualquier propuesta que se formulara sobre el pago de impuestos de carácter global, asumido por los países más desarrollados, se tildaba como utópico. Thomas Piketty, otro historiador de la economía de renombre, propuso en 2016 (El capital en el siglo XXI, FCE, Madrid, 2016) un impuesto internacional sobre el patrimonio, que se calificó negativamente no sólo por los economistas liberales, sino también por otros de tendencias más progresistas. La realidad se impone: la COVID-19 ha hecho tambalear muchas premisas consideradas como inamovibles por la economía ortodoxa. Y la fiscalidad es uno de los terrenos a explorar, junto a una visión más tolerante con la deuda pública. Martin Wolf, editor adjunto del Financial Times, lo ha expuesto en Madrid, hace pocos días: la deuda es manejable y, en paralelo, para poder mantener el aumento de la temperatura global a menos de 1,5 grados por encima de los niveles preindustriales, las emisiones deben reducirse un 40 % para 2030. Si no se hace nada, el riesgo es ir a un «Armagedón climático», apuntó Wolf. Para pensar. Y actuar.