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Ver a muchos de nuestros políticos y sus voceros tergiversar y falsear abiertamente nuestra historia no solo es descorazonador, sino muy peligroso. Olvidar lo que pasó es abrir de par en par la puerta a la mentira y la manipulación interesada. Un país que sigue teniendo hoy, tras más de cuarenta años de democracia, más de cien mil personas que fueron asesinadas enterradas en cunetas y fosas comunes es un país que se niega a reconocer su pasado y a tratar a esas personas con la dignidad y la justicia que merecen.

Es un hecho grave, gravísimo si tenemos en cuenta que muchas de esas personas fueron asesinadas por defender la democracia y la libertad, por apoyar un Gobierno legítimo salido de las urnas que fue derrocado por un golpe militar.

La Dictadura impuso el silencio; la democracia, el olvido. Por eso esos políticos se permiten hoy justificar aquella dictadura o vestirse con el peligroso manto de la equidistancia alegando tópicos tan terribles como «los dos bandos cometieron barbaridades», «no hay que abrir viejas heridas» o «lo que le importa a los españoles de hoy es el presente y el futuro, no el pasado».

Aquí nunca hubo dos bandos: hubo un Gobierno legítimo y democrático y unos militares golpistas que lo derrocaron; los actos violentos producidos en el que ellos llaman bando republicano fueron promovidos por las bases y condenados por el Gobierno de la República, mientras que los cometidos por los golpistas obedecían a un plan sistemáticamente implementado siguiendo las órdenes que venían de su cúpula de mando; la mayoría de quienes están en las cunetas fueron asesinados una vez acabada la guerra.

Por eso, exhumar fosas y reivindicar verdad, justicia y reparación para las víctimas no es abrir viejas heridas, sino ayudar a que puedan cerrarse definitivamente. Memoria no es antónimo de olvido, sino de ignorancia, por eso no se refiere al pasado, sino a nuestro presente y, sobre todo, a nuestro futuro.

Hoy, cuando la barbarie, el odio y la intolerancia resurgen en todo el mundo, nuestra democracia está seriamente amenazada. Y lo está por el peor enemigo que puede tener: la ignorancia, una ignorancia que permite que calen mensajes xenófobos y racistas, que el supremacismo campe a sus anchas, que la LGTBI fobia asesine en las calles o que se ensalcen impunemente ideas fascistas. Solo conociendo la verdad podemos combatir esta amenaza.

Por eso, hoy, reivindicar la memoria democrática, exigir que se conozca la verdad y se haga justicia con las víctimas de la dictadura franquista, es más necesario que nunca. Nos va la libertad y la democracia en ello.