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En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que le dijo de rodillas: «Señor, ten compasión de mi hijo, que tiene epilepsia y le dan ataques; muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos, y no han sido capaces de curarlo.» Jesús contestó: «¡Generación perversa e infiel!

¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar? Traédmelo.» Jesús increpó al demonio y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?»

Les contestó: «Por vuestra poca fe. Os aseguro que si fuera vuestra fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría. Nada os sería imposible». (Mateo 17, 14-20) Si uno solo de nosotros, uno solo, tuviera fe, le diría al fuego de La Palma: «¡Arrójate al mar y vete!».

Si uno solo de nosotros, uno solo, tuviera fe, verdadera fe, obedientemente la lava iría al mar y se volvería abono fecundo. Pero, ¿Cuánta fe vamos a tener nosotros si nuestros chicos, no es que no huyan de las llamas, es que se arrojan en ellas?

Vienen a Mallorca a matarse entre sí tras unas borracheras y sesiones de drogas descomunales. La primera causa de muerte entre los adolescentes europeos es el suicidio. La segunda, los accidentes de tráfico: se ponen a circular en dirección contraria. A 300 km/h: muerte segura. ¿Y para qué van a vivir?, se preguntan ellos.

A sus padres ni los ven ahora, ni los han visto apenas nunca. Perspectivas de trabajo pocas y duras… Estudios, carísimos. ¿Qué les ofrece este mundo? Y ese panorama lo he diseñado yo, como mínimo, con mi indiferencia. A mí me ofende que Jesús me diga «eres de la raza de las víboras». ¿O es que alguno de nosotros puede tirar la primera piedra y decir ‘yo nunca he mordido a nadie’?