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En mi anterior artículo escribí sobre los jóvenes que ni estudian ni trabajan porque el sistema les ofrece oportunidades poco alentadoras, pero no quiero yo depositar toda la responsabilidad en las instituciones porque claramente hay ninis vocacionales. Hay chavales que tienen como máxima aspiración sentarse en el respaldo de un banco en un parque público y aporrear su móvil para colgar o ver alguna ridícula actuación en Tik Tok.

Eso, después de haber estado en casa tumbados horas y horas improductivas, chateando chorradas o jugando a videojuegos violentos. Si hay suerte y no se dedican a destrozar algún elemento del mobiliario urbano. Y en todo esto quienes sí tienen mucha responsabilidad son las familias.

Estos son los típicos chavales que dejan los estudios por voluntad propia, pero en sus planes no entra trabajar. Son a los que un programa de televisión encuestaría a pie de calle y responderían que Franco fue un futbolista o que el Guadalquivir desemboca en Menorca. Lo realmente asombroso es que saben hasta el color de calzoncillos que usa cada día Ronaldo y quién ganó todos los Gran Hermano de Telecinco.

La educación les falla en un doble sentido: en cultura y en buenas formas. Se hacen individualistas e ingratos, buscando el apoyo de algún mejo o meja, que ahora me he enterado de que el palabro sustituye a mejor amigo/a, tan ninis por vocación como ellos. A los padres, por cierto, los consideran meros financiadores de techo, comida y tecnología.

Veo familias con pocos recursos en las que los progenitores se desloman para que sus ninis lleven zapatillas de 140 euros y camisetas de marcas que explotan a niños en países con mano de obra barata. Gastan lo que sus padres ganan mientras ellos viven en un hogar convertido en pensión sin cuota. Simplemente son aspectos que les traen al pairo. Su ética es inexistente porque nunca se preocuparon por los valores aunque sus ascendientes se hubiesen esmerado en ello.

La dictadura de los hijos existe. La sociedad actual les deja un poder casi omnipotente, derivado de una cultura que no premia el esfuerzo y de un entorno familiar que les da todo antes de que pidan nada. Y así aprenden a exigir pensando que todo responde a unos derechos por los que nunca lucharon, y sin saber pronunciar la palabra gracias. Seguramente son los que hace un par de días pensaron que la mayor tragedia mundial vivida en años fue la caída de Whatsapp, Facebook e Instagram.