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Lo de aspirar a la inmortalidad siempre me ha parecido una pretensión contradictoria, principalmente porque el bien perseguido pasa forzosamente por morirse, que por muy inevitable que sea, no suele ser del gusto de la mayoría. Por otra parte, no existe prueba de que la inmortalidad –la puramente física, que lo pervivir en la memoria es otra cosa– sea aún hoy posible pese a los avances.

No obstante, los hay tozudos y generalmente podridos de dinero que, sin embargo, se niegan a admitir la podredumbre de su carne mortal. Así, llegado el caso, recurren a una empresa especializada en criogenia, que les asegura su conservación por espacios de tiempo indefinidos aunque, todo hay que decirlo, en ningún momento les garantiza la resurrección. El negocio suele ser próspero, como lo ha sido hasta ahora el compartido por Danila Medvédev, empresario pionero en Rusia y su esposa, Valeria Udalova.

Pero como no podía ser menos tratándose de la empresa en sí, sus relaciones se enfriaron –perdón, no he podido resistir a la broma– y llegó el divorcio. Las cosas llegaron a tal punto que a principios del pasado septiembre, Udalova y sus empleados penetraron en el almacén y se llevaron los contenedores con sus 81 muertecitos (¿dormiditos?) dentro, en una maniobra que rápidamente detuvo la policía.

Como es lógico suponer, un cadáver humano no es como una bolsa de guisantes y, de interrumpirse la congelación, pues podría ser que con tanto ir y venir el proceso se haya interrumpido. Sea como fuere, Danila y Valeria pasarán a la historia como protagonistas de un litigio inmortal. ¿Se habrán ‘pasado’ los muertos?