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Conozco a unos cuantos camareros, mecánicos, fontaneros, profesores, arquitectos, algún ingeniero, médicos, periodistas... pero a ningún piloto de cazas ni astrofísico. Lo pongo en masculino, pero podría ponerlo igualmente en femenino. Es decir, la inmensa mayoría de las personas que conozco tienen profesiones comunes. Por eso me choca que haya personas y entidades que luchan por inculcar a las niñas la mentalidad de que pueden alcanzar cualquier posición en la sociedad que deseen. ¿Es que acaso hay todavía alguna niña que cree que está condenada a ser ama de casa?

La fundación Inspiring Girls quiere fomentar la autoestima y la ambición femeninas. Me parece genial. Pero habría que puntualizar que en este puñetero mundo no todo el mundo sirve para todo. Podemos fomentar que tanto los niños como las niñas deseen fervientemente ser atletas de élite, neurocirujanos, astronautas, escritores de éxito, directores de cine que lo petan. Claro que sí, soñar es gratis. Luego está la realidad.

Que no hay universidades públicas para algunas de esas disciplinas, que no todas las familias tienen dinero para pagar los cursos, que no todas las personas tenemos talento o habilidades, tesón o disciplina para alcanzar las metas más ambiciosas. De hecho, los que llegan muy muy arriba son, siempre, desde la Antigüedad, una exquisita minoría. Decirles a las chicas que ellas también pueden está muy bien, pero quizá habría que poner otros medios además de los buenos deseos y los mensajes positivos.