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Antes, en décadas anteriores, los niños por nacer se desprendían de una placenta. Hoy, la placenta ya no es ni natural ni maternal, sino construida y virtual. No hay más placenta que las redes; los niños ya no vienen al mundo con el cordón umbilical al cuello, vienen con el smartophone al oído. Hoy, ningún niño tiene ni madre ni matria que los haya concebido tanto como el móvil. El wifi es su líquido amniótico. Su lengua madre ya no es ni catalán ni inglés ni castellano, porque éstas funcionan con diccionarios y sintaxis, y hoy los niños comunican y se comunican sin nada parecido. Su caligrafía es el teclado, sus historias son TikTok, sus vocablos son nombres de marcas, sus interjecciones son emoticones, su DNI es su selfie.

Los niños, cuando se hablan, se hablan, pero cuando nos hablan, están traduciendo. Su lengua nativa no es ninguna de aquellas a las que llamábamos idioma. Su lengua materna es ese nuevo esperanto universal, el virtual, en el que cuarenta caracteres resultan ya inaguantables y encontrar baja la batería es la hecatombe. Todavía morimos de cáncer, pero ya no nacemos de placenta ni somos educados por la escuela. Quien gesta y educa, ¡ojo al dato!, es la red.