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Dicen los que entienden en estos asuntos que lo del teletrabajo puede dar lugar a una serie de malentendidos. Cierto. Serían equívocos que guardan relación con lo que realmente debe tenerse como tiempo de trabajo. Y en este sentido hay que reconocer que pese a que ahora se presente el problema como algo del momento, verdaderamente siempre se ha dado y a mi juicio corre paralelo a lo que tradicionalmente se conoce en las empresas como, acto de presencia. Ah, en mis muchos años como trabajador en prensa he llegado a ser, en unos casos testigo, y en otros incluso víctima, de un sinfín de arbitrariedades en la interpretación del dichoso acto de presencia.

Padecí, entre otros, a un director de periódico que hacía del acto de presencia un medio con el que hacerle la vida imposible a quien tenía entre ceja y ceja. Dos ejemplos muy ilustrativos. El de un redactor que por las razones que fuere cumplía con el trabajo encomendado en menos tiempo de las horas que teóricamente tenía la jornada laboral y, como es lógico, una vez entregada su tarea, se iba, lo que desesperaba a su director. Más abracadabrante era el de otro profesional a quien su director le anunció que lo cambiaba de sección y que ya le notificaría su nuevo cometido; pasaron días y luego semanas sin que al redactor se le encargase su nueva labor, hasta que finalmente fue enérgicamente reprendido, haciéndosele saber que aquello no era posible y que si continuaba sin producir no habría otra solución que el despido. Aunque pueda parecer que me he desviado ligeramente del asunto, créanme, no es así.

El acto de presencia siempre ha sido un arma de doble filo, y hoy, institucionalizado el teletrabajo, la confusión va a ir en aumento. Al tiempo.