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No cabe la menor duda de que internet es algo como la madre de los nuevos delitos. En el ya amplio territorio de la ciberdelincuencia, poblado como es lógico de ciberdelincuentes y ciberpánolis, la picaresca se renueva. Así, la nueva modalidad delictiva, lo último en fechorías, es la hackstorsión. Se trata de un tremendo neologismo que entremezcla el hackeo y la extorsión, mediando una dinámica del desmán en sí que, hablando claro, hay que ser un auténtico pipiolo para caer en la trampa. Se capta a las presuntas víctimas gracias a unos anuncios en los que tras prometer «discreción asegurada», se ofrecen servicios que van desde acceder de manera ilegal a los mensajes de una expareja, a borrar las multas de tráfico o cancelar las deudas con Hacienda, por citar los más, digamos, solicitados.

El precio inicial por ello es relativamente módico, de 200 a 300 euros, con amplias posibilidades de rebaja. Y ese es el cebo, ya que una vez ha picado el pardillo de turno se facilitan los datos que ha facilitado para chantajearlo, llegándosele a reclamar 3.000 euros por no divulgarlos. Los ciberpiratas han resultado ser de lo más audaces, llegando a ofrecer la posibilidad de manipular los ficheros de la DGT, de los morosos o las actas universitarias a fin de cambiar notas. Y en un verdadero alarde, se han atrevido a contactar con la persona a la que debían espiar para reclamarle dinero a cambio de información relativa a la persona que les había hecho el encargo. ¡Están acabando con la cándida nobleza del timo de siempre! Ni el de la estampita ni el tocomocho, la hackstorsión. Echaremos de menos a ‘tramposo’ como Tony Leblanc.