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Tanto si se trata del amor dentro de los cauces del matrimonio como si se trata del amor libre, lo cierto es que el amor como equivalente a simple deseo está abocado al fracaso.

«No existe ningún amor feliz», decía el francés Louis Aragon . Y así es en efecto si identificamos el amor con sexo y aceptamos la doble ecuación platónica de amor = deseo = carencia . Para Schopenhauer las cosas y seres que percibimos en este mundo (que él designa con el nombre de Representación) se hallan regidas o gobernadas por una fuerza tan desconcertante como incomprensible (la Voluntad). Esta Voluntad es precisamente la que nos impulsa a perpetuarnos como especie. Parece como si cualquier forma de vida (no solo la humana) existiera en este universo con un único objetivo: el seguir viviendo, haciéndolo a través de los progenitores o a partir de estos en la continuidad de los hijos que, también, serán a su vez padres de los suyos.

Así que, visto el panorama en estos términos, el amor es puro sexo (muy o poco disimulado con disfraces más o menos sutiles) que satisface deseos para llenar carencias. Y siguiendo con Platón, vemos que si amor equivale a desear sexualmente (amor = deseo = carencia), habremos de aceptar que desde el mismo momento en que el amor (deseo) se colma llenando o poseyendo la carencia, entonces este amor desaparece (porque precisamente cesa el deseo). Si amo a una mujer, por ejemplo, es que la deseo (porque a ello me impulsa la Voluntad instintiva de la que habla Schopenhauer ) y, aunque yo no me percate de ello, la deseo para perpetuar la vida con los hijos resultantes de mi unión con ella. Pero, si la deseo, es porque todavía no la poseo plenamente. Pero cuando la posesión tenga lugar, entonces dejará de haber carencia y sin esta carencia se volatizará el deseo y el amor consecuente identificado con tal deseo.

Se comprende, pues, que la vida sea siempre sufrimiento. Lo es cuando se desea lo que no se tiene, pero también lo es cuando, al poseerse lo deseado, se eliminada el amor-deseo que nos motivaba para no hundirnos en el vacío que todos rechazamos.

¿Qué hacer entonces por lo tanto? ¿Depositar siempre nuevos deseos hacia nuevas y renovadas carencias? ¿Cambiar de pareja incesantemente cuando «el amor se va», o sea, cuando ya dejamos de desear lo que habiéndolo poseído ya deja de tener su especial encanto atractivo? Muchos así lo hacen. Cambian. Pero lo hacen hasta el momento en que la falta de salud o el envejecimiento les cortan todas las posibilidades. «Avec le temps on n’aime plus» dice Leo Ferré .

Sin duda no hay solución en algo que se enraíza en la Naturaleza, a la que es imposible o muy difícil modificar. Sin duda no es el amor sexual, sino solo el amor en el sentido de compasión (con-padecer o padecer-con) el que puede salvarnos de la soledad, esta llaga de los tiempos actuales y que irá en aumento.

Si ejercito el amor con ternura y como apoyo al sufrimiento de los que, a la vez, me apoyan a mí en el mismo sentido, entonces nos sentiremos acompañados. De lo contrario nos enfrentaremos a una soledad que a corto o largo plazo hace indefectiblemente su acto de presencia. Así va el tema.