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De entre la variada oferta de emisoras de radio y de canales de televisión, prácticamente nunca he mostrado interés alguno por los concursos. Ni he llegado a comprender a ese público que asiste a ellos como si fueran monaguillos que acuden al ceremonial tal vez en la creencia de que el éxito del prójimo es contagioso, ni tampoco en su complejidad a quien concursa, aunque parece de más sencilla comprensión. Presiento aburrimiento absoluto en el primer caso, y persecución de la fortuna con más gloria que pena en el otro. Atendamos al concursante.

El pasado 1 de julio, un concursante se llevó 1.828.000 euros del programa ‘Pasapalabra'. Es evidente que lo sustancioso del premio induce a pensar que tras la dedicación de un concursante ‘de los que ganan' hay algo más que afición, o un histrionismo que pugna por abrirse camino. En efecto, los concursantes y me refiero a los ‘preparados', estudian hasta el punto de que se habla de concursantes profesionales, por más que los hay que consideran excesiva tal cualificación. Sea como fuere, tablas de Excel, y acceso a una documentación general forman parte del estudio más elemental del futuro concursante, quien también puede entrenarse jugando al Trivial.

Y para aquellos otros que aspiran a lo más alto, ahí está Anki, una aplicación que permite hacer del estudio un método con ‘garantías'. Listas de miles de palabras, trilla en diccionarios, investigación en áreas muy diversas, todo ello configura el perfil del concursante que se prepara como si de una oposición se tratase. ¿Qué opinan, les ha convencido lo expuesto hasta aquí? Psseee, la verdad es que a mí tampoco.