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Alguien dijo, bueno, solo es real y tiene sentido cuando uno habla con conocimiento de causa, acción y consecuencia. Recién llegada, una vez más de la ciudad más bella del mundo con mis dos hijos, París, fui consciente de cómo los años y sus circunstancias te aportan tanta sabiduría. Fueron días de frío y lluvia en pleno verano, los tonos grises parisinos cobraron vida y sin embargo la ciudad continuó emanando esa maravillosa esencia que solo ella dispone y ofrece. Regresar junto a ellos, fueron siendo niños y ahora adultos, me transmitió una enorme e inconmensurable felicidad, de pronto lo tenía todo junto a mí, a pesar de las penas y las ausencias que a lo largo de la vida se adquieren. Supe que ese viaje no solo se componía de días sino que serían un valiosísimo tesoro.

Cada fachada, adoquín o vista se convirtieron, por ensalmo, en el regalo más maravilloso que podía tener en esos momentos porque el reloj de arena, sabía, continuaba implacable su curso. Los miraba emocionada y los volvía a ver antaño con la emoción y la sorpresa impresa en su gesto, cuando descubrieron París y Disney por primera vez y ahora recuperaba todos esos momentos de un plumazo porque parecía que la vida me regalaba ese mágico momento de nuevo.

Supe que cada nuevo día es una nueva oportunidad, que solo de uno depende que se convierta en un día de luz, o en una eterna sombra. Quejarse y lamentarse por todo es la tónica general y, desafortunadamente termina convirtiéndose en la actitud habitual. Por ello es tan importante elegir a nuestras amistades y quiénes serán nuestros compañeros de viaje, aprender de nuestros errores y saber que todo siempre se puede volver a hacer infinitamente mejor porque al final, únicamente el amor incondicional es el que nos rescatará de toda situación. Solo así el mero hecho de ir al aeropuerto será un sinónimo de aventura, el que llueva en tu destino provocará que prescindas del paraguas y de que disfrutes mojándote porque todo valdrá la pena cuando estén acompañados de seres auténticos y en cuya luz de sus ojos se adivine esa misma ilusión, esa infinita capacidad de crear donde ni siquiera existe, y ese abismo de bondad donde poder construir todos aquellos sueños que permanecen en nuestro interior, libres de seres que los aborten o que, por su propio interés, traten de cambiar el rumbo de los mismos haciéndonos creer en la imposibilidad de los mismos. Las cosas únicamente son posibles y tienen sentido, si se hacen por el camino correcto, con y desde el corazón.