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En Mallorca, salvo alguna pieza de museo (ni siquiera la iglesia de San Pedro de Escorca que pertenece al gótico primitivo), no tenemos románico porque cuando Jaume I conquistó la Isla ya florecía tímidamente el gótico que al poco se aclimató de una manera demasiado espectacular en uno de los monumentos más impresionantes del mundo, la catedral de Mallorca. A veces pienso que hubiera estado bien que Madina Mayurqa se conquistara cien años antes porque entonces sí tendríamos románico. Bien es verdad que no hay que viajar muy lejos para disfrutar de ese estilo excelso que mi amigo y vecino Peridis –y habitual del restaurante Janatomo del señor Ikenaga, que debe estar, por cierto, jugando al golf en Tokio– reflejó en Las claves del románico, una serie documental prodigiosa que disfrutamos en la tele. En ella nuestro dibujante y arquitecto restaurador de monasterios se sentaba con su gran carpeta a trazar linealmente las muchas joyas románicas de nuestra vieja piel de toro, especialmente de Castilla la Vieja con su apéndice lebaniego, tierra del Apocalipsis dibujado, de Santo Toribio y del mismo Peridis, que desemboca en Santillana del Mar con su magnífica colegiata y el lecho eterno de Santa Juliana más las chuletas de cordero que ponen en Casa Cossío.

Todo esto lo digo porque me consta que son muchos los mallorquines que tienen querencia por el Camino de Santiago (que termina en el restaurante más jacobeo del mundo, Casa Manolo que lleva mi compadre José Luis Gayoso), y por las iglesietas y monasterios difuminados como teselas por Palencia, Zamora, León, Valladolid, etc. Bueno es que sepan que existe la Fundación de Santa María la Real que hace unos meses abrió en el centro de Madrid (calle Infantas, 42) una tienda con unas preciosas maquetas de nuestro patrimonio monumental (desde el Pórtico de la Gloria del increíble Maestro Mateo a urbes históricas como Salamanca) más una agencia especializada en viajes culturales de calidad y centrada sobre todo en el románico (www.culturviajes.org).

Es decir, organizan excursiones con explicaciones hechas por acreditados especialistas, lo que permite aprovechar bien el viaje, lo visto con lo vivido y aprendido, y eso es algo que se nos muestra hoy como un faro cultural en un país que se ha convertido en un páramo de estulticia y de lugares comunes que sólo conducen a malbaratar una sociedad ya hundida y con un sistema educativo pulverizado. Por eso cuando la cultura renace y hay un grupo de profesionales empeñados en hacerlo, no nos queda otra que apostar por ellos y de paso disfrutar de los monasterios perdidos entre las masas boscosas de la Ribeira Sacra o de los maestros canteros de las Cinco Villas, en Zaragoza, o de las iglesias de la Reconquista, en Andalucía. Ir orilleando ese turismo juliganiano y apostar de verdad por un turismo cultural es una asignatura pendiente en Mallorca, pero que en otras partes han resuelto muy bien; eso sí, con paciencia porque el maná ya no cae casualmente y además de orar, hay que laborar como están haciendo estos aplicados amigos de Cultur que recogen en sus viajes lo mejor de nuestras tradiciones, historia y de nuestros esplendoroso patrimonio monumental.