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Han pasado ya años desde que, con mi hermano y los respectivos cónyuges, nos lanzamos a la aventura de conocer Sicilia. Fue un hermoso y fructífero viaje. Sicilia está llena de misterios y secretos, da la sensación de que la isla ha ido recogiendo maravillas a lo largo de los siglos, de griegos a romanos, de normandos a españoles. Pero no se preocupen, no voy a hacerles una crónica del viaje.

Uno de los velados secretos que más nos sorprendió fue la villa romana de Casale. Sus suelos están cubiertos por mosaicos del siglo III, perfectamente conservados. Uno de los más llamativos es la escena de unas muchachas, realizando ejercicios gimnásticos, con unos atuendos semblantes a los actuales bikinis. Nos asombró la modernidad de aquellas imágenes, con indumentarias como las que casi veinte siglos después hicieron furor. ¡Bien por las sicilianas!

Fue en París donde surgió un bañador que se alejaba de lo usado hasta entonces y retaba a la severa moralidad de la sociedad de postguerra. Eran tiempos en que EEUU iniciaba sus primeras pruebas nucleares en el Pacífico, y uno de los primeros objetivos fue el atolón polinésico de Bikini. El terreno sufrió la potencia de los ensayos y la vegetación del islote quedó totalmente desnuda. Fue en este entorno histórico en el que el diseñador Louis Réard , hace 75 años, dio a conocer su rompedor traje de baño. Lo bautizó así en honor a la desnudez del atolón y a lo explosivo de las pruebas realizadas. Pero a pesar del entusiasmo ante la nueva creación, los recelos morales fueron más fuertes y tardó años en triunfar. Así pues, una prenda usada por sicilianas 2.000 años atrás, sigue vigente en nuestros días.