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Hace dos semanas, José Hila me rectificaba en las redes aclarando que, por supuesto, todos los mensajes que a diario publica en su muro glosando sus diferentes actividades los escribe personalmente él. El alcalde debe creer que esta aclaración le beneficia. Yo pienso justamente lo contrario. Los ciudadanos no elegimos y pagamos –bastante bien, por cierto– a nuestro primer representante para que se convierta en un influencer de éxito, sino para que gobierne la ciudad. En uno de sus más celebrados autobombos, presumía incluso de que le había tocado gestionar una ‘pandemia mundial’.

Ironías del destino, pocos días después le ha tocado lidiar con una más modesta ‘pandemia municipal’ y a la vista está el resultado.

Hila se ha puesto de perfil a las primeras de cambio, como si la cosa no fuera con él, y todavía es la hora de que use el escaso liderazgo personal que le adorna para explicarnos todo lo que Cort hizo para evitar que miles de jóvenes se congregaran en la plaza de toros sin garantizar la adopción de medidas de ninguna clase, o lo que sigue haciendo cada fin de semana para disolver los botellones poligoneros que están disparando los contagios. La respuesta es muy sencilla: nada útil.

Nuestro alcalde es muy de colgar banderas, de contar árboles, de ponerse tras pancartas, de cambiar nombres de calles o de intentar derribar monumentos, pero cuando se trata de cumplir los deberes más elementales de cualquier munícipe de una gran capital, no sabe y no contesta (ambas).

Cuesta entender la razón de por qué se autorizó el concierto del Coliseo Balear y se consintió la desprotección de miles de jóvenes sin haber exigido previamente al organizador unas severas medidas y asegurado su cumplimiento. Con su indolencia, Hila –y otros cargos políticos, claro– están poniendo en serio peligro la recuperación de nuestra economía, enviando además un nefasto mensaje por todo el globo para disuadir a potenciales turistas.

Pero el asunto se agrava cuando se profundiza en las razones por las que Cort nunca actúa de forma preventiva. Para empezar, Hila no controla a su policía, básicamente porque en las últimas dos legislaturas el pacte se ha dedicado a desprestigiarla y desautorizarla, además de no cubrir las muchas vacantes de su plantilla. No tiene muchos amigos allí.

Lo explicaba en estas mismas páginas Javier Mato el pasado martes. Hay una clara omisión de la persecución de determinados delitos –el trile es una estafa– y no digamos ya de infracciones administrativas, como las pintadas vandálicas o los botellones. En Cort consideran que no resulta progre usar la policía para reprimir y controlar, y así nos va.

Afortunadamente para el alcalde, la oposición blandita de la que disfruta no ha hecho demasiado ruido en esta ocasión, porque la derecha prioriza el atizar a Francina Armengol y decir memeces –lo de Vox hace sonrojar– acerca de los estudiantes del Bellver. Sin embargo, la presidenta, que se equivoca mucho y es alérgica a la autocrítica, ejerce al menos su liderazgo en tiempos difíciles y toma decisiones arriesgadas para intentar salvar la situación. A Hila ya ni se le espera. De hecho, ni siquiera se pide su dimisión, porque a la derecha, ciertamente, le beneficia que siga en Cort hasta las elecciones de 2023.