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El Teatro Regio de Torino celebra el 125 aniversario del estreno mundial de La Bohème de Giaccomo Puccini, un 1 de febrero de 1896. Fue también un primero de febrero de 1902 cuando se inauguró el Teatre Líric de Palma con el estreno de la misma ópera. Sin embargo, no corrieron con un mismo final; un 2 de noviembre de 1967, tras el último acto de La Bohème, no cayó el telón del escenario del teatro de Ciutat, señal de que Mimí y el Líric cerraron sus ojos para siempre. Para mí, La Bohème siempre tendrá algo especial, siempre será mi ópera preferida. Siento algo único cuando escucho el Che gélida manina.
La Bohème no precisa de ornato ni de ficción. Ya desde el inicio se entra en el clímax de la ópera. Es cuando surgen dos de las más emotivas arias del lenguaje operístico, Che gélida manina y Si, mi chiamano Mimí. Da la impresión de que Puccini estaba impaciente por mostrarnos su creación. Es una ópera eterna, no ha decaído desde su estreno, siendo una de las más populares del repertorio operístico italiano.

Los protagonistas son jóvenes artistas con ganas de comerse el mundo. La Bohème ha vuelto al Liceu barcelonés este mes de junio. Àlex Ollé, con ADN de la Fura dels Baus, hace una relectura del clásico pucciniano, trasladando la acción a la periferia de una gran ciudad. En lugar de las tradicionales buhardillas, los protagonistas viven en minúsculos apartamentos, y por el café Momus desfilan manteros, travestis y personas sin techo. Una bohemia en clave contemporánea.

Con todos mis respetos, configurarla en otras épocas le hace perder todos sus encantos. No me puedo imaginar una Bohème que no esté ambientada en los finales del XIX.