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Lo de ver en sueños un Mediterráneo en paz y trayendo bienes a las orillas de los países que riega quizá se consigue más fácilmente escuchando a Serrat que atendiendo a los planes que se van elaborando con respecto a su futuro.

En el 2008 se fundó la Unión por el Mediterráneo (UpM), conformada por los países de la Unión Europea y 15 Estados del Magreb y Oriente Próximo, y con el objetivo de extender la prosperidad en la cuenca mediterránea. En principio se puede pensar que el ideal conjunto de 42 países empeñados en ello debía dar su fruto, pero la experiencia, amarga, ha probado que no era así. Las enormes diferencias económicas y políticas entre los países del norte y los meridionales son un obstáculo por ahora no superado.

Entre el 2014 y el 2020, unos cálculos aproximados llevados a cabo por la Organización Internacional de las Migraciones estiman en 20.000 las vidas que desaparecieron en las aguas mediterráneas. Un aterrador dato que pone de relieve el fracaso de los intentos impulsados por los responsables de la UpM por evitar tan trágica situación merced la integración económica entre la UE y sus vecinos del sur. Aún sin servir de excusa, hay que admitir que las diferencias que separan a unos y otros son considerables; la UE concentra el 95 % de los intercambios comerciales, y el 70 % del transporte en el área mediterránea.

No existe ni siquiera un acuerdo de comercio global y todo se reduce a acuerdos bilaterales. En suma, se trata de una región del mundo cuyos recursos y capacidad para generarlos están muy por encima de la realidad que hoy ofrecen. Por el momento, y mientras no prime un mayor interés, hay que seguir soñando.