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Hay fotografías que nos impactan como si fuese posible golpearnos el alma con una imagen. Zarandear nuestro yo íntimo, secreto, al que a menudo no damos la oportunidad de manifestarse, porque es más sencillo no hacerle caso. Era una foto sencilla, espontánea. Una muchacha, voluntaria de la Cruz Roja, abrazaba a un inmigrante subsahariano, vuelto a nacer a la orilla del mar, superviviente de una patera. El hombre le rodeaba la cintura con los brazos apoyando la cabeza en su hombro, en un gesto desesperado de quien busca refugio. De alguna manera, reflejaba el agotamiento y la indefensión absolutos, esa necesidad de buscar protección en un cuerpo humano, desconocido, capaz de ofrecer un abrazo. La piel oscura, que destacaba en el rojo de la camiseta de la Cruz Roja, hablaba de un camino largo, casi infinito, de la lucha por sobrevivir, de todo lo que había quedado atrás, de muchos miedos.

La fotografía se hizo viral. Círculó por las redes y me llegó por sorpresa, hipnotizándome. No podía apartar mis ojos de ella. El rostro de ébano se veía de perfil. Se intuían los ojos medio cerrados, el gesto de agotamiento. Me impresionó. Todos hemos visto imágenes de personas que han sido arrojadas por el mar desde una patera, cuando llegan a esa costa que soñaron como un lugar de salvación, pero que a menudo les acoge como un infierno. El gesto y la expresión de ese hombre, sin embargo, eran especiales. La sencillez del abrazo tenía una belleza increíble.

La voluntaria de la Cruz Roja ha tenido que cerrar su cuenta de Twitter tras publicar la fotografía. Recibió numerosísimos ataques verbales e insultos. Incluso hubo quien rebuscó en su biografía para lanzarle diatribas personales, comentarios hirientes.

¿En qué mundo vivimos? ¿Qué sociedad absurda, inhóspita y cruel hemos construido? Cuando no somos capaces de reaccionar ante la extenuación y el dolor ajeno, cuando no sabemos ponernos en la piel del otro, por la estúpida razón de que esa piel no es del mismo color que la nuestra, ¿tenemos derecho a hablar de humanidad? Quizás nos convertimos hace mucho en bestias.