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A ntes de que la COVID nos cambiara nuestras vidas, en un sofá del Mc Donald’s de la terminal C del aeropuerto, me encontré tumbado a un conocido que trabaja en el check-in de una aerolínea. De tanto volar a la misma hora, los mismos días, con la misma compañía, terminé teniendo una cierta relación con este chico. Sorprendido, le pregunté qué hacía en ese sofá y me explicó que además de su contrato de siempre, hacía unos años que «había tenido la suerte» de conseguir un segundo empleo con otra aerolínea, por lo que aprovechaba para descansar allí antes de empezar. Así, trabajaba unas doce horas diarias cinco días por semana y entre seis y ocho horas los otros dos días, no necesariamente en fin de semana. Todo para pagarse la hipoteca. Pese al desgaste físico, estaba encantado de poder hacerse con unos ahorros, pensando que cuando fuera mayor, ya descansaría.

Después, en el avión, reflexionaba sobre qué lejos está el mundo real de las tonterías que dicen nuestros políticos, que sueñan con unas Baleares inexistentes, irreales, ficticias: la gente ha de buscarse la vida como sea por más que ellos desbarren sobre el derecho a una jornada laboral digna, las ocho horas y los sacrosantos descansos semanales. Todo palabras que los periodistas recogemos felices, como si nosotros no estuviéramos igual, trabajando en lo que podemos para salir adelante.

Un día de noviembre del año pasado, en plena pandemia, antes de las ocho de la mañana, el camión que recoge la basura en Esporles se salió de la carretera entre s’Esglaieta y Palmanyola, chocó y el conductor perdió la vida. La Inspección de Trabajo investigó las condiciones laborales y descubrió que los horarios de trabajo de los empleados de la empresa privada que hace la recogida de residuos podían llegar a las diecisiete horas diarias y que, probablemente, la fatiga tuvo algo que ver con el accidente. Según indica el informe, la media de dedicación horaria de estos trabajadores, legalmente limitada a ocho horas dado que su jornada es nocturna, era de doce horas. Observen que tuvo que ocurrir un accidente mortal para que se hiciera la investigación, como si a la Inspección de Trabajo le viniera de nuevo.

Estas son las realidades diarias de los trabajadores del sector privado, agravadas por la crisis del virus. Ignoro si este conductor de camión estaba contento con sus horarios pero esto no sería de extrañar porque, cuando la necesidad acucia, se llega a agradecer la oportunidad de ganar más, aunque sea dejándose la salud. De lo que sí podemos estar seguros es de que, si hubiera protestado, la empresa no habría tenido problemas en reemplazarlo porque la cola de aspirantes a estos empleos no cualificados es interminable. Y en esa cola se vive incluso peor que al volante de ese camión.

Aquí están los dos mundos contrapuestos que dividen Baleares: por un lado la mayor parte de la gente, luchando por sobrevivir y, por otro, los privilegiados del sector público, cuya realidad aparece en la agenda política. En este segundo mundo fantasioso es donde se puede entender que nuestros políticos, a la hora de poner condiciones en sus concursos para obligar a las grandes empresas a cambiar sus conductas, hayan optado por exigir que si hacen comidas con huevos, comprueben que las gallinas ponedoras viven en libertad. Estos son los grandes problemas para nuestra izquierda.

En este segundo mundo fantasioso vive Mercedes Celeste, la portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Palma. A finales de abril, Celeste publicó un artículo en este periódico en el que hace una defensa radical de los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes de Palma, afirmando que «lo que sufrimos los usuarios resulta casi insignificante comparado con lo que aguantan los trabajadores: incumplimiento de acuerdos, imposiciones y nulo diálogo, falta de sensibilidad, dificultades para intercambio de turnos, y mucho más». ¿No hay nadie en el Partido Popular capaz de hacer callar a esta mujer? ¿Nadie del equipo de Fageda, de Cirer o de Isern le puede decir que está delirando? No hay ni un trabajador en el sector privado de Baleares que no cambiara sus condiciones laborales por los salarios y los trece complementos que tienen los empleados de la EMT.

Esta es la irrealidad en la que vive nuestra política: se preocupa por la libertad de las gallinas o por la marca del papel higiénico que tienen los empleados públicos en sus servicios e ignora la realidad de la gente normal. Mientras unos hacen horas interminables para llegar a final de mes, los privilegiados exigen estupideces a políticos descerebrados que hace años que viven en una burbuja.