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Se podría pensar que la realidad es mucho más peligrosa que la irrealidad, y en general es cierto. Por su habilidad para acechar emboscada tras cualquier recodo, y lanzarse de pronto con todo su peso sobre cualquier desprevenido, haciéndolo papilla y desparramando sus sesos. Se dice entonces que la realidad se impone, y ahí reside su peligrosidad. Pero la irrealidad, más confortable y dócil, también tiene sus peligros, que mucha gente, intelectuales y políticos, desdeña y minusvalora en su afán, precisamente, de que la realidad no les aplaste. Es más fácil mantener el orden y la estabilidad en la irrealidad, de cuya gestión se ocupa a diario el Gobierno y casi todos los Gobiernos (el catalán es tan experto que como primera medida se esfuerza por no existir), pero esa gestión expande aún más la irrealidad, la hace multitudinaria y muy densa, lo que provoca su paso del estado gaseoso al sólido, y del fantasmal al legislativo.

El lema Irrealidad o caos marca el debate político, y el Índice de Irrealidad (II) se dispara. En resumen, que dependiendo de su extensión, densidad y duración, la irrealidad también puede ser muy peligrosa. Todavía es factible operar con ella mediante números irracionales, y multiplicándolo todo por el número imaginario i , pero nuestros dirigentes no saben matemáticas y por ahí la cagan, logrando que esa irrealidad sea más insostenible aún que la realidad en sí. No digamos si como predica el presidente Sánchez (y el 93 % de los líderes), ahora toca mirar al futuro.

«El futuro es un fantasma de manos vacías», escribió Víctor Hugo . Fantasma que aumenta mucho el Índice ya mencionado, y el peligro de que la irrealidad explote por no poder contenerse a sí misma. Casi toda la información circulante por vía digital es irreal, y tan densa como gravilla para gatos. Imposible respirar. Los japoneses tienen un yökai , espíritu legendario que es una mujer en un elefante con seis colmillos, cuya misión es proteger a los humanos de los peligros de la irrealidad. Pero aquí nos falta cultura, y tenemos que afrontarla a pelo, sin filtros ni protección. Al menos los economistas distinguen entre la economía real y la imaginaria (financiera) en la que todos vivimos, pero los políticos ni eso. O irrealidad o caos. En fin, afronten la irrealidad como puedan.