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Ahora mismo, llegan truenos y rayos desde Madrid. Resulta imposible aislarse de ese ruido. Es como si el mundo fuera a estallar en cualquier momento, como si un helicóptero sobrevolara el jardín de nuestra casa mientras intentamos mantener una sobremesa tranquila. Nos hemos juntado para hacer una barbacoa y ahora estamos en ese momento en que a los seres humanos nos da por emular a Dios. Pero no podemos. El helicóptero se traga todas nuestras palabras. Abrimos la boca y nos sale el rugido de un motor. Pensamos en huir, pero no nos atrevemos; las hélices que nos sobrevuelan podrían decapitarnos. Es como si Mourinho volviera a entrenar al Madrid y Guardiola al Barça y tuviéramos por delante cuatro Clásicos en apenas dos semanas. ¿Se acuerdan? No estamos preparados para algo así. Es demasiado desgastante. Es a vida o muerte, nos gritan desde el helicóptero, ¡no lo olviden! Siempre es lo mismo en este país. Todo es a vida o muerte. Entonces, cuando los comensales empiezan a mirarse con mala cara, sin duda fruto del ruido ensordecedor que nos envuelve, yo me coloco unos tapones de cera en los oídos y me abro una cerveza.