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Lo que fue un día la Casa del Pueblo es desde hace cuarenta y cinco años un solar especulativo en la calle Reina María Cristina, de Palma. Dicen que hoy es propiedad del Ministerio de Trabajo; será por arte de birlibirloque porque pertenece a la ciudad desde 1924 cuando fue donado por Juan March Ordinas a la Federación de Sociedades Obreras (para blanquear conciencias los ricos siempre tienen detalles hacia los pobres). Los militares franquistas se lo apropiaron en 1936 eufóricos por el triunfo de la «gloriosa cruzada». Cabe recordar hechos parecidos en toda España. El lugar tiene historia y muchos acontecimientos en tiempos revueltos. Durante un ensayo del Orfeón Proletario, en junio de 1936, tuvo lugar la explosión de una bomba que los falangistas habían colocado para culpar a las izquierdas. Años más tarde, Alfonso de Zayas , jefe falangista provincial, reconoció la autoría del atentado. Fue un anticipo al golpe de Estado de Franco y a las atrocidades que llegaron después.

Lo primero que hicieron los ganadores de la guerra fue cambiar el nombre. Se llamó Casa de Primo de Rivera y lo convirtieron de un día para otro en el centro cultural de la Falange. Algunos se quejan ahora que, ochenta años después, cambien el nombre de algunas calles con tufillo franquista. El Ayuntamiento podría actuar frente a semejante expolio. Está bien levantar viviendas sociales lejos del centro de la ciudad (¿para no mezclar la clase obrera con la pudiente?) pero también podrían reclamar el solar para construir viviendas en el centro. Pero deben hacerlo bien para que, de conseguirlo, no ocurra como en el Pazo de Meirás y un día un juez de esos ‘imparciales’ sentencie devolver el solar al Ministerio porque el Ayuntamiento reclamó la parcela, pero no las ratas que viven en aquel terreno.

Las tropelías del franquismo deberían estar ya restablecidas y no seguir con cuentos chinos. Si el Ayuntamiento se duerme, puede que un día, ¡oh, sorpresa!, un carnero libidinoso construya pisos de lujo donde debería haber un centro cultural. En la época tecnológica, la solidaridad es un elemento anulador de la conciencia humana.