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La comparación, además de inevitable, es el instrumento básico del conocimiento en todos los ámbitos del saber. No se puede entender nada sin una metodología comparatística bien armada y lubricada, que establezca parangones y paradigmas, así como símiles y diferencias, entre la cosa en sí y cualesquier otra cosa, similar o no. Ni siquiera es posible saber qué es algo si no lo comparas, y una de las formas clásicas de hundir un juicio, como por ejemplo ‘este tío es idiota’, o ‘el universo es enorme’, consiste en preguntar comparado con qué. Si no hay respuesta o es insatisfactoria, señal de que quien así habla no sabe lo que dice. Un fenómeno corriente, ya que si bien las comparaciones son inevitables (y odiosas según el tópico popular), pocos saben hacerlas con un mínimo de seriedad científica. Como versado en literatura comparada, sé que casi todo es comparable, pero no todo. Las idioteces no lo son; grandes o pequeñas, toda idiotez lo es sin parangón por definición, y de ahí que no exista la idiotez comparativa. Razón por la cual, ya lo habrán adivinado, a pesar de los reiterados intentos de algunos grandes estudiosos de la estupidez humana (Robert Musil, Flaubert, el profesor Cipolla ), no existe disciplina académica sobre este galimatías, ni sabemos exactamente qué es la idiotez, pero sí que no se trata de una carencia como se supuso durante siglos, ni de ignorancia, sino de una enigmática energía extremadamente potente. Tras años de reflexión y documentación apenas he logrado establecer un enunciado. Toda estupidez es incomparable, incluso con otra estupidez de similar calibre, por lo que jamás llegaremos a saber en qué consiste, ni mucho menos porqué y para qué. Más aún, intentarlo es ya de por sí otra idiotez. O lo que es lo mismo, me he pasado media vida haciendo tonterías, y sin llegar a ningún conocimiento sobre ellas. Amargo fracaso, joder. En fin, no soy el primero. Flaubert tampoco pudo acabar Bouvard et Pécuchet, su magna obra sobre idioteces, y cuando en 1937 Musil impartió en Viena su célebre conferencia Sobre la estupidez , en la que reconoció no saber qué es, todos se reían, autoridades incluidas. Quién sabe por qué. Y en esas estamos todavía.